Los políticos son un problema. Así de claro. Sin ánimo de hacer demagogia y dejando claro que hay excepciones, lejos de solucionar las dificultades de los ciudadanos, nuestra clase política se ha convertido en una auténtica generadora de contratiempos. No quiero señalar a ningún partido en concreto, ya que es algo que ocurre en todos sin excepción. Por citar algunos ejemplos, el Gobierno central está contra las cuerdas por la aprobación de la ley de amnistía. Mientras tanto, miles de personas no tienen un techo en el que vivir o están a punto de perderlo, otras tantas tienen muchas dificultades para llegar a fin de mes, los agricultores anuncian protestas, los funcionarios reclaman que se les apliquen las subidas de sueldo pactadas... La lista es interminable.
En el caso concreto de Baleares, la situación no es más halagüeña: los de Vox están protagonizando una lucha de poder fratricida. El espectáculo es antológico: grabaciones entre ellos, acusaciones de utilizar el dinero del partido en beneficio propio... Esto son solo dos ejemplos, los que están copando la actualidad estos días, pero hay muchos más. Tantos, que han provocado tal hastío en la ciudadanía, que esta cada vez cree menos en la clase política.
Es lógico que esto ocurra, ya que la finalidad de los políticos debería ser dar solución a los problemas de la población. Por tanto, al convertirse en uno más, se produce una ruptura entre ambos.
Los representantes del pueblo deben hacer un esfuerzo y dar un giro radical, ya que cuando se pierde la confianza en la política se genera el caldo de cultivo perfecto para la proliferación de los extremismos. La historia ya ha dado sobradas muestras de que esto es catastrófico. Sé que no es fácil revertir la situación porque la moderación no vende, pero los ciudadanos ya no podemos más.