Los datos de la reciente Encuesta de Población Activa para el conjunto de la economía española en 2023 son: aumento del empleo en 783 mil personas en los cuatro trimestres (crecimiento anual del 3,8 %; el triple que en 2022); del masculino en casi 346 mil personas, y del femenino en 437 mil. Empleo a tiempo completo: incremento en 695 mil personas, y a tiempo parcial en 87 mil. El empleo indefinido ha crecido en 804 mil personas; el temporal se ha contraído en 140 mil. Estas cifras –disculpen el alud de guarismos– desmontan cualquier discurso que defiende la catástrofe y el hundimiento de la economía española. Y avalan la reforma laboral, esta que se presagiaba como la antesala del apocalipsis laboral. Nada más lejos de la realidad económica, que es tozuda.
Pero, además, si se desgranan los datos de forma más granular las sorpresas son interesantes. La conclusión más relevante es la fortaleza de las actividades científicas y técnicas: de alto valor añadido. De esos 783 mil nuevos empleos, 165 mil se adscriben a trabajos técnico-científicos, a los que cabe añadir casi 139 mil en actividades sanitarias y servicios sociales. Sectores cuaternario y quinario de la economía; es decir, diversificación del terciario de forma nítida. Un tema sobre el que llevamos incidiendo, con investigaciones concretas, desde hace ya algún tiempo. De esos 165 mil nuevos empleos, casi 66 mil se inscriben en ingenierías y arquitectura y 11 mil en investigación y desarrollo. Estas variables se avienen con las conocidas sobre la estructura comercial española, en su capítulo exportador: el incremento notable de las exportaciones de servicios no turísticos, tal y como, entre otras instituciones, ha enfatizado el Banco de España, y que ya se comentaron en esta columna. Sectores más tradicionales –por definirlos de alguna forma– como la construcción y la hostelería apilaron, respectivamente, 108 mil y casi 81 mil nuevas ocupaciones.
Los contrastes son claros y evidencian que algo se está moviendo en la estructura económica. Hablar de diversificación económica ya no parece un mantra teórico; ni invocar transformaciones en el modelo productivo puede ser arrinconado sin más, como si fuera una invención de laboratorio. Todo esto se vincula, sin duda, a la propia estrategia inversora del sector público y a sus efectos multiplicadores sobre el privado, a parte de la propia innovación desplegada por este último. Las actividades terciarias, en el sector canónico propuesto en su momento por Colin Clark, se abren a nuevas perspectivas: éstas se van relacionando con procesos de cambios graduales que afectan, de manera mayor o menor, a las distintas economías regionales. La traslación a las tasas de paro no es baladí: por ejemplo, Euskadi lidera la menor tasa de desocupación, 6,3 % –11,8 %, media nacional–, sabiendo diversificar su experiencia industrial en actividades de servindustria, abonada con procesos de innovación en colaboración público-privada: todo determinante. No es teoría emanada por economistas obsesos: es economía aplicada. Lección indispensable para otras regiones; camino que se va trillando en la economía española.
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