Cort, en una decisión que honra a los munícipes del PP, está dando una prueba de sensibilidad al proteger el emblemático kiosko Alaska, convertido desde hace décadas en un elemento esencial e imprescindible de la céntrica Plaça del Mercat. De la misma manera, moverá unos metros el enorme monumento dedicado a Antoni Maura para preservar el inmenso ficus ubicado a su lado. De esta manera, toda la remodelación de la plaza quedará condicionada por el mantenimiento de un puesto de venta de perritos calientes y hamburguesas y por un árbol. Es lo nunca visto en Palma, donde en muchas ocasiones anteriores Cort cortó por lo sano, derribando edificios emblemáticos, baluartes, murallas y todo lo que se terciase en nombre de una falsa e interesada concepción de lo que debería ser el progreso.
Ahora parece ser que las cosas cambian. Un simple kiosko es importante. Y hasta un ficus tiene derecho a vivir. A eso se le llama exhibición política de tacto y delicadeza. Pero es precisamente debido a este derroche de humanismo que no acaba de entenderse como el partido de Marga Prohens y Jaime Martínez, en flagrante contradicción, se muestra tan displicente y aguerrido contra los valores más preciados de la idiosincrasia isleña, comenzando por su cultura, su personalidad y su lengua propias.
No deja de ser un contrasentido contemplar cómo por un lado se convierte un kiosko en un altar y por el otro se buscan los mil y un vericuetos posibles para orillar una idiosincrasia ocho veces secular y única.