Los olmos son mucho más grandes, altos, frondosos y longevos que los perales, y hasta su sombra, fresca y ligera, es de calidad superior. Su madera es excelente, y lo mismo sirve para fabricar quillas de embarcaciones, mesas o los arcos de los guerreros homéricos. Quién sabe si el arco de Ulises era de olmo reforzado con cuerno y tendones. En tanto que árbol, el olmo supera al peral en casi todo, pero eso sí, no da peras. Es imposible, como coger agua con un cesto, ordeñar a un macho cabrío o escribir en el polvo, y gracias a innumerables refranes por el estilo, todo el mundo sabe desde hace siglos que no se pueden pedir peras al olmo. Y sin embargo, eso es precisamente lo que hacemos, y con tozuda insistencia. Pedirle peras al olmo, o a los líderes políticos, o a la tecnología, o a nuestro equipo de fútbol. La prensa está llena de noticias de actualidad en las que dirigentes políticos de cualquier ideología y grupo piden peras al olmo, critican a otros grupos políticos por no dar peras, y arremeten contra los olmos por su incapacidad de satisfacerlos. Acaso más del 75 % de los artículos de opinión y los comentarios (el 87 % en internet), consisten en lo mismo.
No nos entra en la cabeza que los olmos no dan peras, nos saca de quicio. ¿Porque no quieren? Bueno, pero también porque no pueden. Abunda la gente de izquierdas muy irritada con los múltiples y fragmentados partidos de izquierdas, por ser tan numerosos y pretenciosos, y por su fea costumbre de sermonearnos sin tregua con consignas sobre el bien y el mal. ¿No podrían colaborar entre sí y dejar de predicar catecismos agobiantes? No, no pueden. Imposible. Dejarían de ser lo que son. También hay gente de derechas que preferiría líderes menos gritones y exasperados, menos apocalípticos, menos insultantes. Eso sí que es pedir peras al olmo. ¡Derechas templadas y serenas hoy en día! Disparatado, tal cosa equivale a rendirse. Y qué me dicen de los nacionalistas, emperrados en que el olmo de la patria les dé peras a toneladas. Pues que de ahí no les sacas. Parece de tontos tener que explicar a estas alturas por qué los olmos, árbol magnífico, no dan peras. Nunca. No pueden, incluso si quisieran. Que no quieren.