Sucedió el pasado miércoles en la ciudad suiza de Davos, convertida en foro mundial de sabios en economía. De ahí la presencia en ella de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, y de Javier Milei, presidente de Argentina. Dos genios. Pero Milei soltó algo terrible: que el socialismo es el origen de todos los males, por lo que Sánchez le tachó de irresponsable y mitinero.
Se ve que ambos mandatarios son jóvenes y no dejan de pensar en la rentabilidad de sus paseos. El uno tiene 51 años y el otro 52, algo que para quien tiene 87, como yo, les hace unos niños. Con esto de los años pasan muchas cosas. Antes, llegar a los cincuenta exigía comenzar a cuidarse. Hoy en cambio constituye signo de plenitud, de pensar en casarse, por ejemplo. El joven Milei afirma que nunca mayor bienestar que el vivido desde hace cien años con el capitalismo. Yo le matizaría. Sin los avances tecnológicos preconizados por la Ilustración, nada se habría podido alcanzar. No mitifiquemos.
Por otro lado, puede ser que ambos políticos conozcan la palabra ‘carajo', al menos Milei, puesto que tal acepción, aunque no se la inventaron los argentinos, es corriente entre ellos. Mi padre, nacido en Barcelona, pero emigrado a sus tres años a Santa Fe, paraíso de muchos mallorquines de por entonces -había sido fundada por el mallorquín Agustín Boneo- regresó a España a los quince. Nunca perdió el habla argentina y más de una vez al día enviaba al carajo al boludo de su hijo Román. En una ocasión llegó incluso a llamarme «carajo a la vela», algo que nunca le pregunté lo que significaba. Seguro que malo y no era cuestión de discutírselo. Bofetada que me ahorraba.
Pues bien, Milei el otro día, ante un selecto público, envió al carajo a cuantos no pensaban como él. Algo muy argentino, mi segunda patria, a la que conozco bastante como para hacer tamaña afirmación. Con su carajo terminaba sus mitineras condenas del socialismo y consagraba los valores libertarios que salvan a la humanidad. Yo no soy socialista, pero consciente de que a menudo nos pasamos en defensa de lo propio, añadiría que al caldo del capitalismo nada mal le irían de cuando en cuando unas cucharaditas de socialismo. Los excesos, incluso de sucre, fan mal i matan, como bien saben los diabéticos y los mallorquines amb seny.
Está claro, ni los insultos, ni los desprecios como enviar al carajo, ni las verdades incontestables, llevan a sitio alguno. Lo comprobamos con las afirmaciones tajantes y constantes dels joves per la llengua, convirtiendo este producto cultural en valor insustituible, y lo descubrimos también con ciertos dogmas religiosos. Ya es bien sabido: Roma locuta, causa finita. De este modo se preservaba la unidad eclesial, pero se creaban divisiones que desde hace siglos dañan la comprensión entre hermanos. Con lo fácil que sería responder ante la verdad del oponente con un «podrías tener razón» o un «lo siento pero no comparto». Esto no impide tener convicciones y saberlas defender.
Jamás habremos vivido en una época que más evidencie la debilidad de los dogmatismos, tanto en el campo científico, como en el moral y sobre todo político. Vale pues, como les decía a mis alumnos, que nos pongamos a pensar más y a condenar menos.