Cuando reinan los discursos y relatos hiperbólicos, los líderes políticos y la prensa lo exageran todo hasta el delirio y el país parece ahogarse en un vaso de agua (cada día un vaso diferente), cabe distinguir todavía dos tendencia de signo opuesto en esa hipérbole cúbica. La de exagerar y hacer un mundo de un grano de arroz, que es mayoritaria pues sin exageración, madre también de la filosofía y la literatura, no hay noticias ni verdades, y la inversa de minimizar. Pero si a la primera estamos tan acostumbrados que ni reparamos en ella (vivir es exagerar), y rara vez leerán que el Gobierno o la oposición exageran, o lo exagerados que son los gritos apocalípticos que escuchamos a diario, lo de minimizar llama más la atención, y se nos informa en titulares. Tal persona, organismo o institución minimiza tal cosa. La gripe, los microplásticos, lo que sea. No pondremos ejemplos; hay demasiados. Minimizar también es exagerar, y prueba de ello es que los mismos que exageran unas cosas (en España gobierna Puigdemont), minimizan otras. Y a la vez, cuanto más exageran unos, más deben minimizar otros, lo que genera una hipérbole esférica, la hipérbole que se muerde la cola. Ambas modalidades de exageración requieren técnicas distintas, y si para exagerar calamidades y amplificar errores ajenos hay que gritar y enfadarse mucho, para minimizar basta con hacerse el distraído, cambiar de tema y que no parezca que minimizas. Como mucho, decir «ya será menos», o «no es para tanto». Esto en principio parece más fácil que las exageraciones mayoritarias, el requerir menos esfuerzo, pero no es así. Porque acostumbrados al griterío, el silencio no se lo cree nadie, y por ahí revienta el relato igual que un barco encallado en la costa. Que hace agua precisamente por falta de profundidad narrativa. Sin contar con que por mucho que se exagere hasta rebasar de largo el ámbito del embuste y la mentira (la posverdad es una exageración), a nadie le importa. Mientras que si te pillan minimizando, se te puede caer el pelo. Son días extremadamente hiperbólicos, las hipérboles se muerden la cola, y si procuras no exagerar es peor, porque entonces minimizas. No hay relato sin exageración.
La hipérbole que se muerde la cola
Enrique Lázaro | Palma |