A medida que Palma ha ido creciendo y superando los límites de Ciutat tal y como la conocieron nuestros antepasados durante siglos, la trama urbana ha ido absorbiendo antiguas cases de possessió que presidían las fincas agrícolas que antaño rodeaban la capital. Aún es posible encontrar alguna de estas edificaciones oculta entre manzanas de altos bloques de viviendas en zonas como Son Cotoneret, sa Vileta, Son Anglada, Son Armadans, etc. Otras fueron tristemente engullidas por la moderna urbanización de la ciudad en los años sesenta y setenta, y demolidas. El Mallorca Tenis Club -del catalán Francesc Mitjans, también autor del Camp Nou- ocupa el solar donde antes se ubicaron las casas de Son Riera, possessió que, junto a Son Antich, abarcaba la práctica totalidad del barrio de Santa Catalina. Y las casas de Son Dureta fueron derribadas en los ochenta para dar paso a bloques de pisos.
Las possessions no constituían únicamente un rico y peculiar patrimonio arquitectónico, sino, sobre todo, un acervo etnológico de primer orden, pues representaban un universo social del que algunos todavía hemos tenido la suerte de ser testigos. Eran vivienda temporal de los senyors, residencia permanente de los amos y cobijo y lugar de trabajo de decenas de personajes prototípicos, los criados, las cocineras, los gañanes -mossos y missatges-, los capataces, los pastores, las matanceres, y un largo etcétera en función de la ubicación geográfica de cada possessió.
Hasta hace relativamente poco, restaba prácticamente intacta la presencia de possessions al levante de Palma, es decir, al este de lo que actualmente es la vía de cintura en dirección a los pueblos de Son Ferriol -hoy una barriada más-, sa Casa Blanca y Sant Jordi.
Pero, de un tiempo a esta parte, especialmente con la criminal política europea que acabó con nuestro sector ganadero, estas construcciones han comenzado a languidecer, al punto que hoy muchas son irreconocibles y otras están en franca ruina.
En la última década muchas de ellas han acabado, o bien siendo adquiridas por familias ligadas al narcotráfico de Son Banya, o bien okupadas y convertidas en auténticos vertederos presididos por las inevitables furgonetas blancas.
El resultado es que, como sociedad, estamos consintiendo la chabolización de muchas possessions, cuya única esperanza de salvación reside, siendo realistas, en que el capital extranjero ponga algún día su vista en ellas, porque los escasos propietarios mallorquines no reciben de la Administración -de ninguna de ellas- la más mínima ayuda para su conservación o rehabilitación.
Jaime Martínez -que no en vano es arquitecto y sensible a todo cuando hace referencia a este patrimonio tan nuestro- está dando sobradas muestras de querer recuperar la ciudad, eliminando cadáveres urbanísticos enquistados en Palma. A buen seguro que los ciudadanos lo agradecerán bien pronto. Pero el alcalde de Ciutat no debe descuidar tampoco la enorme porción rural del municipio que todavía nos queda y, entre las acciones a emprender con la colaboración de las restantes administraciones -si es que queremos evitar que nos lobotomicen la memoria cultural-, está sin duda un ambicioso Pla de Possessions que recupere y preserve este tesoro de nuestra historia no tan lejana.