El expresident Francesc Antich reapareció en Algaida para pronunciar el pregón de las Festes de Sant Honorat. Vuelve a la actualidad un político clave en el desarrollo del autogobierno balear y también en la visión de un Estado español que debe ser capaz de aceptar la diversidad y complejidad de sus territorios desde la tolerancia, huyendo de cerriles imposiciones centralistas.
Antich saltó a la primera línea política en la segunda parte de los años 90 cuando el partido socialista se hallaba inmerso en una gran crisis interna de pérdida de identidad tras el hundimiento del felipismo. En aquellos tiempos, el PP-Balear se asentaba en el poder de la mano del polémico Jaume Matas. Antich, por sorpresa, anunció que se presentaba a las primarias de su partido bajo el lema «Hemos de ser más PSIB y menos PSOE», es decir, reclamaba a sus compañeros adaptación máxima a la realidad del Archipiélago. Poco después se convirtió en el primer president autonómico de izquierdas. Rivalizó con Matas, perdió en 2003, pero volvió a derrotarle en 2007. Matas se fue a Estados Unidos y sólo regresó para iniciar su histórico paseíllo por los juzgados.
Tras dejar Antich la primera línea, su hija política Francina Armengol asumió su herencia y recuperó la presidencia balear. Ahora Armengol, como presidenta de las Cortes, imprime respeto a los valores de las nacionalidades históricas. La política que desarrolla Pedro Sánchez, de negociar hasta la extenuación, de enhebrar mayorías imposibles arrinconando a la derecha reaccionaria, lleva el sello de Antich.
El duro centralismo madrileño de la imposición y la chulería ve ahora como el estilo progresista del acuerdo con la periferia pluricultural gobierna lo que creían su finca particular. Andan crispados. Prueban en sus entrañas irritadas la enorme y serena fuerza de acero que exhibe, tras su aparente debilidad, el legado Antich.