Recuerdo las comidas de Navidad de cuando era de los comensales más jóvenes de la mesa. Se celebraban en casa de mis abuelos maternos, en un pequeño piso de la calle de Montesión de Palma. Lo más interesante era la sobremesa. Las historias que se referían la prolongaban hasta, prácticamente, la hora de cenar. Muchas tenían que ver con la Guerra Civil. Se repetían año tras año. Llegué a sabérmelas de memoria; hasta el punto de que, si el narrador de turno se saltaban algún detalle, le apuntaba el fallo. Pero, aunque las supiera de memoria me gustaba escucharlas de sus protagonistas, quienes ya hace años que desaparecieron.
Pasando por aquellos recuerdos, rápidamente, como transcurre el crono, nos hemos adentrado ya en un nuevo año, realizado las correspondientes celebraciones y reflexionado sobre la brevedad de la vida, el envejecimiento y cómo van pasando los años. Hemos percibido la monotonía del crono. Nuestras ansias de seguir viviendo y el Kairós en el deseo de vivir más y mejor la vida. Entrando en contradicción cuando pensamos en la vejez. Pues nos preocupa nuestro Kairós. Deseamos llegar a ser mayores, que se cumpla el deseo de vivir más. Alguien dijo que la vejez, cuando ya se tiene una edad provecta, está siempre a partir de quince años más que los que uno suma. Siempre hay quien tiene audacia en las respuestas. Pero una cosa es la dialéctica y otra la realidad de los hechos.
Ante la pregunta de ¿Qué es y cuándo empieza la vejez? Mi respuesta es: una sorpresa, ya que, a menudo llega así, como algo inesperado, a la vez que es un tránsito decadente que empieza a partir de la edad que razonablemente no podremos doblar. Son muchos los acontecimientos de nuestra vida que tenemos tan próximos que no podemos verlos con nitidez para detectar su inicio.
¡Parece que fue ayer! Decimos recurrentemente. Cuando en realidad pueden ser muchos los años de distancia. Se nos descuadra la contabilidad cronológica con mucha facilidad. Porque el tiempo es corto y largo a la vez. Es corto si nos parece corto y largo si así nos parece. Por eso: «carpe diem»: Todo lo que puedas hacer, hazlo en tu pleno vigor, porque no hay en el sepulcro, a donde vas, ni obra, ni razón, ni ciencia ni sabiduría». (Eclesiastés 9.10) Thomas Mann, en «La montaña mágica» habla del tiempo, el crono y también del Kairós; considerándolos «un singular enigma, un fenómeno muy difícil de explicar… Ciertamente.