Todos los años el mismo ritual y la misma murga desde que tengo uso de razón. La dichosa lotería navideña ocupa prácticamente todo el telediario, horas de radio, páginas de periódico y, ahora, los digitales. El sorteo lleva más de un siglo llevando alegrías a algunas familias, pero... francamente, se ha quedado desfasadísimo. Quizá en 1930 e incluso en 1980 que te tocara un décimo del Gordo te solucionaba algún problema, pero hoy en día cualquier otro juego de azar reparte premios más jugosos. Y eso es especialmente sangrante desde que Hacienda mete la mano antes de que puedas cobrar la tajada. Para quienes vivimos en territorio inmobiliario comanche, ganar un décimo dotado con cuatrocientos mil euros, a los que hay que rebanar setenta y dos mil, apenas te servirá para acceder a una vivienda, al menos en Palma. Quizá te toque poner algo de tu bolsillo para volver a pagar al fisco, al notario y a todos los que intervienen en la operación, cada uno con la mano bien abierta. Por eso no entiendo el despliegue informativo, cuando hace un par de días un ciudadano de Mazagón, pueblico andaluz de cuatro mil habitantes, se ha llevado casi veinticinco millones de euros con una Bonoloto, suceso que se repite de forma periódica aquí y allá. Y no vemos a ninguna administración de lotería abriendo botellas de champán, bailando y dando voces, como sí ocurre con el Gordo. Y es que este gordo ha adelgazado tanto –o hemos engordado todo lo demás a su alrededor– con el paso de los años, que apenas es la sombra de lo que fue. Propongo que dejemos atrás el show histriónico e innecesario y reevaluemos la medida de las cosas. Especialmente de las noticias, que para eso somos periodistas.
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