El pasado martes nos despertamos con la noticia de que nos acababan de meter en otra guerra: la operación «Guardián de la Prosperidad». El nombre ya se las trae: «guardián» apela sin duda al «vigía de Occidente», mientras que «prosperidad» es una de las palabra fetiche de la derecha capitalista mundial, desde los Milei y Ayuso hasta los movimientos evangelistas de toda América (una de las formas del integrismo cristiano, quienes presumen de haber sustituido la teología de la liberación, inspirada en la justicia social, por la teología de la prosperidad, inspirada en el dólar; la otra palabra fetiche robada y prostituida es «libertad»).
La guerra es contra los hutíes de Yemen (uno de los países más pobres del mundo), una milicia casi insignificante, aliada de Palestina y respaldada por Irán. Allá vamos, al Mar Rojo, obedeciendo la voz del amo americano, de inmediato y sin rechistar, junto a otros sospechosos habituales (el presidente de Israel, Isaac Herzog, reclamó «una coalición verdaderamente internacional», en plan diluir culpas), porque dice el Pentágono que esa guerrilla «amenaza el libre flujo del comercio» y «viola el derecho internacional» (esto último hay que leerlo sin reírse).
Unas pocas conclusiones de todo ello: 1) Como se temía, la guerra de Gaza ha dejado de ser un conflicto regional y se expande peligrosamente. 2) No es descartable que los ecos de la guerra acaben alcanzando, por ejemplo, alguna estación de tren europea. Ojo. 3) Ni siquiera la mísera táctica propuesta por EE. UU., matar un poco menos y con más disimulo en Gaza, ha funcionado, básicamente por desinterés de Israel. 4) Queda al descubierto la vana palabrería de Sánchez, Robles y Borrell, quienes tras pedir la solución de los dos estados se alinean militarmente con uno de ellos, el más fuerte. 5) En un mundo globalizado, cuatro desarrapados con cohetes de chichinabo han conseguido una pequeña pero importante disrupción del comercio mundial y de los flujos de petróleo, es decir, de la sangre del capitalismo occidental. Y 6) Los valores morales del supuesto mundo libre, pacífico y democrático desaparecen sin pudor cuando se trata de mantener los privilegios de nuestra propia prosperidad.