El Govern balear abrirá de nuevo zanjas en la playa de sa Coma, en Sant Llorenç des Cardassar, para buscar los cuerpos de unos 300 milicianos antifascistas caídos en la Batalla de Mallorca. Entre ellos hay al menos doce menorquines, siete mallorquines y un ibicenco, según los trabajos de Gonzalo Berger. Hasta que no se encuentren, están clasificados como desaparecidos de guerra y sus descendientes merecen saber qué ocurrió. El investigador Pau Tomàs Ramis ha indagado sobre uno de ellos: el miliciano Barceló.
Rafel Barceló Rigo, alias Marxa, era un zapatero de Santanyí que vivía en Llucmajor. Unos dicen que el apodo se debe a que era muy rápido fabricando zapatos; otros a que marchaba por la plaza del pueblo con una camisa y bandera rojas. Su vida había sido muy dura. Siendo un niño perdió a su padre en un accidente de pesca y su madre tuvo que obrar el milagro de salir adelante con cuatro hijos muy pequeños.
Cuando estalló la Guerra Civil, Rafel tenía 30 años y ya había cumplido el servicio militar. Según los informes, era católico y no estaba afiliado a ningún partido. Su entorno era de izquierdas y ello le permitió apuntarse a un plan que marcaría su destino: el viaje a la Olimpiada Popular de Barcelona. Partió de Palma con cinco amigos justo el 18 de julio de 1936. Los 600 pasajeros, la mayoría izquierdistas, se salvaron por los pelos de la Mallorca franquista.
Según su amigo Climent Garau, al grupo de Llucmajor no le interesaba la política. Las razones del viaje eran más prosaicas: el billete era barato y les habían hablado maravillas de las chicas del Paral·lel en Barcelona. Incluso uno, para pagar el viaje, vendió la lana de su futuro colchón matrimonial. Su mujer se lo recordaría durante años.
Tras varios días desubicados en la Barcelona revolucionaria, escucharon que la Generalitat estaba organizando una expedición para conquistar Mallorca. Era su oportunidad de volver a casa y se alistaron todos juntos en una columna del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC). A principios de agosto iniciaron el viaje de regreso, esta vez con fusil al hombro dentro de un ejército improvisado de 4.000 catalanes, la mayoría comunistas y anarquistas.
Desembarcaron en sa Coma y la centuria mallorquina fue destinada justo al centro del campo de batalla, en el sector de Son Carrió. El miliciano Barceló cayó en los primeros días. El 20 de agosto recibieron la orden de ocupar una pequeña loma y, al llegar, un enemigo le acertó justo en la cabeza. Uno de sus compañeros ha escrito: «Una bala agujereó la cabeza de Rafel. Llamamos a la Cruz Roja y lo enterramos allí». Así de simple y triste fue su final. No se registró la muerte en ningún sitio. Era solo un soldado desconocido más.
Es posible que su cuerpo se quedará en aquella loma, pero otro testigo afirma que lo vio en la playa de sa Coma, donde se acumulaban los cadáveres porque era una zona de fácil sepultura. Pau Tomàs cree que sus restos están en esa arena, cerca de la antigua caseta conocida como d'en Moix, donde unos niños encontraron una calavera en 1991. En aquel momento se acordonó la zona, pero una noche la cinta fue cortada y los huesos robados.
El periodista comunista Francisco de F. Soria escribió: «En la playa de Punta Amer, bajo la fresca arena que el mar besa suavemente, quedaron los restos de los camaradas que cayeron en la lucha».