Sí, les deseo unas felices Navidades, incluso a quienes abominan de estas fiestas. A mí me gustan porque me retrotraen a mi infancia. Hay quienes aborrecen la Navidad porque sienten el peso de los seres queridos ausentes. Un peso que comparto, que desgarra por dentro. Pero el mejor homenaje que puedo hacerles para recordarles es celebrar la Navidad que tanto les gustaba y que disfrutamos juntos.
Lo que me resulta cansino son las quejas de quienes alegan que las Navidades se han convertido en una fiesta comercial. Es verdad, pero a nadie le obligan a convertir estos días en una carrera de despilfarros. La Navidad se puede vivir y sentir de muchas maneras y cada cual puede elegir la suya. No es obligatorio celebrarla y pueden vivir estos días trabajando o haciendo lo que les venga en gana pero sin darnos la lata a quienes queremos celebrarlas... Luego están los chistes sobre el «cuñado», como si todos los cuñados fueran unos imbéciles dedicados a amargar la Navidad al resto de la familia. Y para terminar están los que abogan por restar toda la carga religiosa a la Navidad. Europa, nuestra civilización, se ha construido sobre Grecia y Roma, pero también sobre el judeo-cristianismo. Solo hay que entrar en alguna de las grandes pinacotecas para comprobarlo. Da lo mismo que visite el Prado, el Hermitage, el Louvre o el British Museum, es indeleble. Así que, más allá de las creencias religiosas de cada cual, o la ausencia de estas, la Navidad es una tradición no solo religiosa, sino cultural.
Hay quienes consideran hipócrita tener que verse con amigos y familiares durante estos días y alegan que eso hay que hacerlo a lo largo del año. Bueno, pues que lo hagan, pero que no interfieran en lo que hacemos los demás. El día a día a lo largo del año, a muchos nos impide hacer ese alto en el camino para reunirnos con familiares y amigos y, sin embargo, llega Navidad y buscamos ese tiempo. Y no se me ocurre mejor manera de terminar este artículo que deseándoles ¡Feliz Navidad!