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El mural de la Seu

| Palma |

Cómo cambian nuestras percepciones! Atraído por el libro Alenar dins el fang que acaban de publicar Sebastià Perelló y Jean Marie del Moral sobre el mural de Miquel Barceló, regreso a la Seu de Mallorca para contemplarlo con detenimiento. Cuando lo vi el primer día, en 2007, pensé que era una obra en exceso voluminosa para un templo tan ligero y delicado. Vi figuras grotescas proyectadas por la luz artificial en la que tanto esmero puso Feliciano Fuster. Creí que don Teodoro Ubeda y el cabildo habían sido muy inocentes si pensaban que Barceló se ceñiría a la multiplicación de los panes y los peces, que es por lo que fue contratado. Por ningún lado vi la evocación del milagro, al contrario: el altar de calaveras sobre el que se asienta el sagrario me trasladó al animismo africano. Reparé también en el daño que se hizo a los sillares de la Seu al introducir hierros para sujetar el mural sin que Patrimonio abriera la boca. En las grietas del lienzo vi las complicaciones que afrontó el artista para ejecutar un trabajo titánico. Pensé, en fin, que Barceló se había excedido en todo, y que la obra le había excedido a él, confusa e irracional. Ahora tengo otra visión, y me sorprendo de cómo puede evolucionar nuestro pensamiento. Volví a la Catedral y vi una obra de arte impresionante en la que, eso sí, sobra la imagen central de un Cristo de factura inverosímil. También noté a faltar unos vitrales que proyecten la luz del sol. Pero bueno, tal vez dentro de quince años alcanzo a asumirlo todo. O quien sabe, tal vez regreso al punto de partida. Así es el arte.

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