Ya se baraja fecha para las elecciones vascas. Todo apunta que podría ser el 17 de marzo.
El calendario previsto para poner en marcha la maquinaria electoral quedó reventado por la filtración de que será Imanol Pradales el sucesor de Iñigo Urkullu. Fue esta filtración lo que, en gran medida, ha distorsionado los planes del PNV. Hace ya tiempo el propio Ortuzar, presidente del EBB, habló de la necesidad de afrontar una renovación en el partido que, salvo los cuatro años del mandato de Patxi López, ha venido gobernando el País Vasco desde hace más de treinta años. Esta renovación estaba hablada y asumida e incluía a Iñigo Urkullu, gran y viejo amigo de Ortuzar.
Para el PNV los extraordinarios resultados de Bildu en las municipales fue toda una señal de alarma y en las últimas generales no las tenían todas consigo. Es obvio que los de Otegi han cogido fuerza que se verá ratificada en las autonómicas. Aún así y por mucho que sumen votos, en ningún caso podrían gobernar salvo que alcanzaran pactos con otra fuerza política, circunstancia está que hoy no parece probable. En las elecciones municipales allí donde se ha podido, con el apoyo del PP, Bildu no ha tocado poder y el PP, en la medida de sus posibilidades, lo volverá a hacer.
Los nacionalistas de Ortuzar saben que han perdido fuelle, que la sociedad vasca, como el conjunto de la sociedad española, no es la misma que la de hace quince años y que el PNV ha dejado de ser el partido imbatible que ha sido durante décadas.
Ahora este partido se prepara para lo que será un auténtico pugilato con su izquierda; es decir, Bildu y la situación no es fácil. Si el PNV trata de competir con Bildu asumiendo postulados que nunca han sido los suyos, más allá de las cuestiones de carácter identitario, corre el riesgo de perder esos miles de votos prestados que tiene del PP. Sí, del PP que en los últimos años ha visto en el PNV un partido de «orden» y el mal menor precisamente frente a Bildu.