El roble es un árbol sagrado en algunas mitologías como la de la Antigua Grecia. Ulises buscó respuestas a su porvenir y los druidas ponían el oído en el susurro de las hojas de roble para saber qué hacer. Es el símbolo de la justicia y la rectitud moral. Puede vivir más de 500 años. Crece muy lentamente. Su madera es apreciada. Se paga bastante por colocarlo en el suelo en las casas de los ricos. El vino mejora si habita en barrica de roble.
En un viejo pub de un pueblo que va perdiendo músculo tras el cierre de su mayor fuente de riqueza, la mina, sitúa Ken Loach la que puede ser su última película. El viejo roble es el nombre del pub, el lugar de reunión de los obreros que viven como pueden mientras apuran una pinta que les sirve un hombre bueno. Antes la sacudida. Llegan en un autobús un grupo de refugiados sirios. Una joven siria toma fotos del momento hasta que es increpada por un grupo de vociferantes hombres del pueblo. Uno de ellos le coge la cámara y cuando ella intenta recuperarla cae al suelo y se rompe. El hombre bueno asiste a la escena. El conflicto está servido. Duelo entre perdedores. La ira es la respuesta de algunos, la amabilidad y la escucha, el ponerse en la piel del otro es la otra cara de la moneda. En la encrucijada, en este relato sobre la médula espinar de los prejuicios, del veneno del racismo, Ken Loach opta por dulcificar y dignificar, sin por ello menoscabar su crítica, la actitud de los obreros, castigados también por el sistema. Es la violencia de Estado la que separa a los del común.
Hay frases destello en los diálogos entre la joven siria que se agarra a la fotografía para no ver más la masacre y la tragedia de la guerra en su país, y la del tabernero, que arrastra demasiados duelos. El viejo roble es una especie de parábola. Una amiga me dice que los jóvenes deberían ver esta película. Yo añado que también los mayores. Qué fácil es entrar en guerra con uno mismo, con los demás, con la vida. En la celebración del Día Internacional de la Violencia de Género me pregunto de nuevo porqué ese odio a las mujeres, porque mientras escribo y usted quizá me lea, un hombre está pensando en matar a una mujer. ¿Qué roble nos servirá de apoyo frente a semejante realidad?
Esta semana el ayuntamiento de Palma ha presentado el informe anual sobre la violencia de género contra las mujeres del que se desprende un dato sísmico: Balears tiene la tasa más alta del Estado de delitos contra la libertad sexual, y el 97 por ciento de ellos son cometidos por hombres. Lo positivo del dato es que aumentan las denuncias, lo demoledor es que no se frenan las violencias contra las mujeres. Ahora mismo sé que algunos lectores hombres arquearán sus cejas, pondrán un rictus rígido en sus labios o emitirán una risita en falso: ¡ya estamos con las feministas a cuestas!, ¿cuántas de esas denuncias no serán falsas?, algunos desmentirán la ley e insistirán que no es violencia de género. Apoyo mi oído en el roble, por si tuviera algún mensaje esperanzador. Gracias.