Lo siento, pero conmigo de poco les va a servir. He leído demasiadas novelas, he visto demasiadas películas, he conocido a demasiadas mujeres y he estado en demasiadas ciudades que prometían no dejarme indiferente. Algunas incluso fueron capaces de conseguirlo, pero, escuchen bien lo que les digo y créanme, tampoco fue para tanto. Conque en adelante mejor ahórrense el esfuerzo los publicistas porque no me convencerán recurriendo a los tópicos ni a los lugares comunes de manual. A estas alturas yo ya no estoy para confirmar las expectativas de nadie.
Hace tiempo que vengo reivindicando mi derecho a disfrutar de las páginas de una novela sin más, de simplemente pasar una tarde de sábado entretenida en el cine viendo una película cualquiera o de quedarme en casa para ponerme un episodio de la última serie de moda sin sentir la necesidad de tragarme la temporada entera del tirón. Como de sentarme en un bar con alguien para echarnos unas risas hablando de temas intrascendentes en torno a unas cañas o de caminar por las calles de una ciudad desconocida una tarde de otoño con el único objetivo de encontrar donde tomarme un café que me entone el cuerpo. Así que hagan el favor de dejarse de promesas que no pueden cumplir. A mí sí me gustan las cosas que me dejan indiferente.