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Entre todos la mataron y ella sola se murió

| Palma |

Los noticiarios dan cuenta de un suceso que, gracias a Dios, todavía solivianta las conciencias de una opinión pública adormecida, que hace muchas décadas que está acostumbrada a deshacerse de la vida humana que estorba. Una criatura encontrada muerta en un contenedor de basura eriza la piel de los miembros de una sociedad que, con su permisividad, es la que empuja a los individuos los cuales ni siquiera se preguntan ¿tengo algo que ver con la conducta de esa persona? ¿La estoy empujando yo a matar a su hijo?: pues ¿qué clase de sociedad es esa que elimina a sus criaturas en el vientre de su madre y, si no llega a tiempo, acaba con ellos, todavía palpitantes, en un cubo de basura? Aunque la mayoría de las almas se estremecen solo de pensar en el dolor de un niño, se pasa por alto el hecho de que, del sufrimiento de cada uno somos causantes todos, de suerte que, tras las primeras horas de estupor, la conciencia colectiva se adormece y concluye: aquí hay una sola víctima, la criatura y un solo verdugo, la madre así que vayamos a por la madre ¿y el padre? Se fue, no está. Así que todo el peso de la ley que caiga sobre la madre, faltaría más. Encerrando a ese ser humano una buena pila de años se arregla todo, total los demás sigamos felices disfrutando de la ausencia de normas, de la ausencia de reglas, de la ausencia de obligaciones. En una cultura que rinde pleitesía al ‘amor libre', una mujer que no tiene novio está mal vista y, si lo tiene, y no tiene intimidad con él, es, como poco, tonta. Si, como consecuencia de esa intimidad, la mujer se queda embarazada, lo que tiene que hacer es abortar porque, en la ‘coherencia' del sistema, pues un recién nacido tiene derechos, un feto, no. O sea, entre todos la mataron y ella sola se murió.

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