La vesania de Hamás no hace bueno al Gobierno israelí, sino antes al contrario, pues su negligencia permitió que esa vesania se ensañara con los civiles en una indescriptible borrachera de sangre y odio. Pero no queda ahí la culpa de ese ejecutivo de ultras e integristas, más pendiente de ejecutar su golpe al Estado de derecho que de proteger a sus nacionales, sino que, por disimular su catastrófica incompetencia, se extrema ahora en la ejecución de lo que resulta más fácil que una buena gobernanza: el crimen de guerra.
Anda el PP acusando a los socios del gobierno en funciones de condescendencia con el terrorismo islamista, y hasta al propio PSOE de cierta blandura en su condena. Dejando a un lado la mendacidad de dicha acusación, sorprende que el partido que no condenó nunca los desafueros del Estado de Israel en su maltrato al pueblo palestino y en su desprecio a las resoluciones de la ONU, se constituya hoy en árbitro de lo que puede decirse y lo que no. Todo lo que sea indagar en las claves de la trágica historia de la región, cuyos últimos episodios han conmocionado a toda persona de bien, es anatema para el PP. Pero para ser personas de bien de veras, han de traspasarle el corazón todos los crímenes, particularmente aquellos cometidos contra los más indefensos y vulnerables, así la matanza de ancianos, jóvenes, niños, perpetrada por los asesinos de Hamás, como la masacre que está llevando a cabo en Gaza el ejército de Netanyahu, no sólo bombardeando a la población, sino también privando a ésta de luz, de agua, de alimentos y de cualquier posibilidad de resguardo o escape.
La mitad de las víctimas de la sanguinaria incursión de Hamás eran jóvenes y niños, y la mitad de la población de la Gaza bombardeada, menores de 14 años. La gente de bien no puede discriminar una mitad en beneficio de la otra, ni argüir para hacerlo la supuesta mayor culpa del que empezó. Éste horror empezó hace mucho, y las víctimas civiles, ninguna de ellas, tiene la menor culpa de nada.