Hemos comentado muchas veces el precio desorbitado que han alcanzado los coches, no sabemos si por la crisis industrial derivada de la pandemia -la fabricación de componentes quedó paralizada-, por la irrupción de la movilidad eléctrica o por la desbocada codicia de los empresarios. Sí, parece que también en este sector el peor de los siete pecados capitales ha brotado con inusitada fuerza. Lo certifican los diez mil obreros que se han declarado en huelga en Estados Unidos, un movimiento sin precedentes. Achacan parte de sus problemas al comportamiento de los actos directivos de las empresas automotrices: ganan entre trescientas y cuatrocientas veces más que la media de sus empleados y eso que el obrero medio del gremio se lleva ochenta mil dólares al año.
Todos somos conscientes del papel clave de un buen directivo en los beneficios de la empresa, pero, ¿cómo cifrar ese valor? A muchos nos parecería razonable que el jefazo gane diez veces más. Imagina: diez o quince mil euros al mes en una empresa española. No está nada mal. Hay quien justificaría veinte veces más: veinte o treinta mil al mes, lo que equivale al salario anual de un operario. Quizá haya algún loco que admita que el «pensador» de la empresa deba llevarse a casa calentito un sueldo cien veces más alto que quien, de facto, fabrica los coches que se venden. Bueno, hablaríamos de cien mil o ciento cincuenta mil euros al mes.
A mí personalmente me parece absurdo e injustificable. Pero, ¿trescientas veces, cuatrocientas veces más? Eso ya es delirante. A nivel de la calle, la consecuencia es que cada vehículo que sale de la fábrica lleva adherido un sobrecoste que nos perjudica a todos.