Vivo en un barrio de Palma que está justo al otro lado del aeropuerto, por lo que cuando tengo que tomar un avión, y si quiero que la opción sea aceptable para mis bolsillos, no tengo más remedio que utilizar el transporte público, porque los precios de los aparcamientos colindantes son una verdadera obscenidad, y ya no hablemos de las tarifas de otra clase de servicios. Así las cosas, me subo primero a un bus que tiene que dejarme en el centro. Tengo que esperar una cantidad indeterminada de tiempo, a lo cual se suma el trayecto, y el hecho de tener que hacer trasbordo en una parada que está lejos de la anterior. Para cuando consigo llegar a ella, el sofisticado panel digital recién instalado me informa de que falta una cantidad de tiempo obscena para que venga mi autobús, lo cual resulta no ser cierto, porque al final tarda más o menos la mitad (lo cual, dicho sea de paso, es también obsceno). Una vez en el bus, constato que la carretera al aeropuerto está bastante atascada, aunque por lo visto nadie quiere oír acerca de la obscenidad de un carril especial para facilitar el transporte público. Empiezo a sufrir por mi vuelo, y eso que he salido de casa más de hora y media antes del momento de embarcar, por supuesto con una maleta. Prefiero no pensar que la próxima vez haré mejor en reservar dos, para un trayecto que en coche particular ni siquiera llegaría a la media hora, porque entonces en lo que estoy pensando es en una verdadera obscenidad…
Obscenidades, primera parte
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