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Educación

| Palma |

Decía el gran Andy Warhol que todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria. Con todo el respeto, discrepo. Hay una muchedumbre de gente que antes de sus minutos de gloria debería tener sus horas, sus días, quizá sus semanas de educación. A lo mejor soy víctima de lo que los investigadores llamamos el sesgo del observador, uno tiene tendencia a creer, si no corrige esta tendencia, que lo que percibe es realmente lo que está pasando. Para corregir esta estimación es necesario someter la estimación propia de lo valorado a la de un grupo de personas a ser posible muy variado en edad y condición, para eliminar coacciones previas. Bien, lo he hecho. Un grupo de amigas y amigos míos, muy diferentes en nivel social, ocupación laboral –alguno en el paro– y aficiones, me han regalado su apreciación y su respuesta a una pregunta que les he formulado, muy simple pero muy directa: ¿Creéis que la gente ahora mismo y en general está, es, bien educada?

Todos, y digo todos, han respondido que no, que vamos muy mal, que la gente en su inmensa mayoría carece de educación. De la básica, me apunta alguna amiga, no de haber leído a Homero o a Cela, no. La falta de calidad en la relación entre las personas que comparten vida, es decir, trabajo, vivienda, aficiones, es clamoroso. Clamoroso, me ha señalado otro amigo, no precisamente un hombre que se distingue por sus posiciones maximalistas. Me comenta uno de los interrogados que él ha leído, no recuerda donde, que la educación para ciertos políticos es como un quita y pon, yo hago una ley que cambia y pretende mejorar lo que mis antecesores hicieron, en una acción que debo decir, comenta mi interlocutor, que es de todo menos positiva, porque la educación, dice, no debería tener –de hecho no tiene, añade un servidor– color político. Tratar y escuchar al semejante con respeto, sin emitir juicios de valor precipitados, es educación. Pensar que lo que yo digo puede no ser del todo cierto y que lo que tú dices, si puede serlo, es educación. Educación es vivir con plenitud generosa, con cercanía, sin egoísmos, sin imposiciones. Por favor, no limitemos ser educado a saber manejar la pala de pescado, a deshuesar una pata de pollo sin usar las manos, a no sorber la sopa. No. Claro que estos son buenos detalles, pero son realmente anecdóticos, hasta cierto punto superficiales. Prefiero compartir mi vida con alguien que coma las chuletitas de cordero con la mano y que se sirva primero el vino que con alguien que cuando yo le exprese una opinión me mire con aires de grandeza y me la rebata desde su certeza inamovible e indiscutible.

Quizá tener el hábito de leer pueda ser considerado un marcador de cultura educada, o por lo menos así lo considera nuestro Ministerio del ramo. Pues bien, los últimos datos aportados informan que el 37 % de las/los españolas/es no leen. Es una cifra terrible. Leer es fuente de cultura, de reflexión, de bienestar, de estabilidad. Leer un libro, huyendo de la charca informativa de esto que ha inundado la vida, las redes sociales, unas redes que han enganchado a la mayoría de la población, un 41 %. Leer para pensar, para descubrir puntos de vista, para conocer mundos y sensaciones. En definitiva, para enriquecerte como persona.

¿Educar es enseñar las capitales de Europa, los afluentes del Duero, la tabla de multiplicar? No, de ninguna manera. Esta es la parte técnica, que creo no es la más importante. Educar es enseñar a reflexionar, a ser respetuoso con la opinión ajena, a entender que la verdad es patrimonio de todos, que del diálogo compartido siempre surge la mejor opción. También es inculcar lo que mis padres llamaban la cortesía cotidiana, normas de conducta a aplicar principal y prioritariamente en la convivencia diaria. Educado primero con la gente próxima para que, después, sea sencillo y natural serlo con el resto.

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