Luis Rubiales es el único que no se ha enterado de que los tiempos han cambiado y que su beso a Jenni Hermoso es motivo de dimisión y hasta de algún reproche penal más grave. El que sus corifeos incondicionales le aplaudan no justifica su acto ni demuestra inocencia alguna del presidente del fútbol profesional.
Ya cuando las primeras críticas a su acción aludió a «que idiotas hay en todas partes» y demostró que ni se arrepentía ni se disculpaba por su acto. Hubieron de pasar veinticuatro horas y un montón de descalificaciones para oírle decir: «Tengo que disculparme; no me queda otra».
O sea, que pedía perdón por la reacción social, política y deportiva y no por el beso en sí que, en su exculpación ante la asamblea en la que no dimitió fue «mutuo, eufórico y consentido». Así que el hombre sigue en sus trece desde el primer momento, porque lo que hace años hubiese pasado inadvertido hoy es motivo de escándalo y reproche como mínimo social. Rubiales sigue pues sin enterarse de que un jefe debe ser respetuoso con un subordinado y más cuando éste pertenece al otro sexo.
En esa época en la que ha quedado anclado Rubiales, las mujeres no habían conseguido los derechos de que ahora gozan –incluido el jugar al fútbol profesional– y actitudes como la del presidente habrían parecido normales y no hubiesen merecido la crítica tanto del PSOE como del PP que, opuestos en casi todo, han sido unánimes en su condena a Rubiales.
Por eso, por ser de otro tiempo y que las cosas han cambiado, de nada le valdrá al dirigente deportivo enrocarse en su cargo, porque el último dinosaurio también desapareció de la faz de la Tierra.