Las obras maestras literarias son como el fumar, acortan la vida. Si de verdad tienen que leer alguna, háganlo con responsabilidad y moderación. Y no se enganchen, menos aún en verano aprovechando el tiempo libre, porque el ser textos de permanente actualidad, es como engancharse a un telediario. A la actualidad política. Yo estas vacaciones he fumado, desde luego, pero informativos y obras maestras no. Y aquí me tienen otra vez, tan campante. Como si nada. En lugar de leer a Dostoievski, me lo pasé en grande con Serguéi Dovlátov, escritor satírico ruso disidente de tamaño gigantesco. Dos metros medía el hombre. Y divertidísimo. Lo recomiendo, tanto si están de vacaciones como en horario laboral, porque lo de la lectura, es hora de que alguien lo diga, tiene que dar algún gusto, y si no, a otra cosa. Ya lo avisó Lichtenberg en sus magistrales Aforismos: «No hay lectura más infame que la de obras maestras».
En cambio, con Dovlátov tuve unas excelentes vacaciones soviéticas. Este fenómeno humorístico, nacido cerca de Leningrado en 1941 y muerto en Nueva York en 1990 (le dedicaron una calle en Queens), fue periodista en Estonia, y una vez represaliado, guardián de un campo de prisioneros comunes. Luego buscó trabajo como director de cementerio, y fue rechazado. Se postuló como enterrador, labor para la que se le declaró inapto. Se hubieran reído los muertos. Así que se hizo escritor (La zona, El retiro, Los nuestros, La maleta, etc), qué remedio. Escritor impublicable en aquella Rusia, y también en la de ahora. Un disfrute conocerle. Con esa biografía de dos metros de altura, Dovlátov suele ser el protagonista de sus novelas, pero en ellas también abundan personajes totalmente pirados.
Como su amigo Mitrofánov, un genio abúlico de memoria fotográfica que lo sabía todo, pero al que echaron de la Universidad porque en el trabajo de fin de curso sólo pudo escribir tres palabras. «Como es sabido…», y ahí se quedó clavado. Para qué seguir. «Tenía tal entendimiento que casi no servía para nada», dice otro aforismo de Lichtenberg. Bueno, pues ya saben qué hice en vacaciones. No informarme de la actualidad, ni leer obras maestras. No duró mucho, pero fue estupendo conocer a este hilarante cuentista soviético. Un gran alivio. Y aquí me tienen de nuevo, tan feliz.