Imaginemos que todas las películas de Torrente han sido protagonizadas por Luis Rubiales. El resultado es idéntico. Y aunque sabemos que no se trata más que de una película, esos personajes torrentianos existen y los tenemos a la vuelta de la esquina, en el bar de abajo tomándose unos chatos de vino mientras eructan entre piropos rancios. Después de su tocada de testículos en el palco saltándose todos los protocolos, su beso por narices a Jenni Hermoso (agarrarle de la nuca, besarla sin su aprobación ni dar tiempo a reaccionar) o llevarse al hombro cual Tarzán urbano a una de las jugadoras, Rubiales insultó a aquellos que le reprendían su beso a la fuerza para posteriormente pedir disculpas, aconsejado por alguien con un mínimo de vergüenza, en un vídeo más desafortunado que otra cosa donde minimiza los hechos a su manera aunque recalca que «debe pedir disculpas, no queda otra».
«No queda otra», dice como si fuese un alumno de Primaria al que han cogido pintarrajeando una pared del patio del colegio, incapaz de entender que su gesto de primate para con una mujer es todo menos consentido. «En ceremonias y este tipo de celebraciones se debe tener más cuidado», es decir solo de cara a la galería, luego volver a hacer lo que me sale de esos testículos que quiero tanto que hasta me los masajeo delante de la Reina y la Infanta. En el colmo de los despropósitos se manipuló un comunicado de la jugadora donde supuestamente restaba importancia al beso, hasta que Jenni Hermoso solicitó medidas ejemplares a la federación. Los que hablan de espontaneidad, euforia y demás patrañas para justificar un acto de menoscabo a la dignidad de una mujer, deberían preguntarse si sería de su agrado que un jefe bese a su pareja en la boca cada vez que haga bien su trabajo. Decir que tenemos problemas más graves que un simple beso es como decir que protestar por este tipo de agresión sexual es de llorones.