Navegar por las redes sociales propicia a veces algunos descubrimientos interesantes, pero en otras ocasiones lo que te topas te deja mal cuerpo. Una ya no sabe si es que el mundo está lleno de auténticos tarados mentales o es que el mandato único es llamar la atención al precio que sea. Una de esas personas que resultan incomprensibles es una treintañera argentina hija al parecer de algún personaje famoso en su país, que ha dedicado su vida a vivir de las rentas famosiles de su familia y esos oficios que dan mucho que hablar, pero poca rentabilidad. Y de su belleza, construida a golpe de cirugía estética. Nada que objetar, cada cual es muy libre de hacer con su vida y con su cuerpo lo que le plazca. Sin embargo, lo que más llama la atención de la mujer es una frase capaz de dejar turulato al más templado: «Como mujer no binaria, me gustaría quedar embarazada con el semen de una mujer». Y se queda tan ancha.
Quizá en un mundo futurístico la ciencia avance de tal modo que sea posible que una hembra produzca semen, no lo sé. Y aunque así fuera, ¿qué sentido tendría? Tengo la sensación de que esto de la identidad de género se nos ha ido de las manos. El empeño cerril en etiquetarlo todo, la necesidad enfermiza de millones de personas de sentirse diferentes y el interés de algunos –ignoro con qué propósito, probablemente hacer negocio, esto es más viejo que el pan– de promover esa clase de discusiones convergen en una situación surrealista. No tiene más importancia; esta señora y los demás pueden sentirse lo que deseen y decir las cosas que les apetezca, pero quizá sería conveniente también pararse a pensar dos segundos antes de abrir la boca. Por higiene, por respeto al que escucha, por pura sensatez.