Dedicar el verano a los amigos debería ser una obligación principal durante estas semanas en las que la vida adopta un ritmo diferente y se deslocalizan rutina, actividades o lugares que marcan nuestro día a día. El bochorno, los atascos o la sensación de agobio no deberían impedir encontrarnos con aquellos que nos aprecian y con quienes fluyen las virtudes humanas. Quiero, pues, propugnar una concepción extensiva de la amistad más allá de los íntimos o incondicionales; de aquellos que siempre se ha dicho que se cuentan con los dedos de una mano. Amigo, así, es cualquiera que tengamos en nuestra agenda telefónica y que se acuerde de nosotros en un momento feliz o que nos alegre la existencia cuando se manifiesta o es protagonista de alguna buena noticia. Creo en la amistad que une a personas que tal vez no se encuentran con la frecuencia deseada pero sí comparten objetivos, conversaciones, discrepancias o aficiones.
Puede que tal vez tengamos más amigos de los que nos pensamos y ellos serán siempre un motivo de alegría o emoción. Por ello me he permitido darle nuevamente la enhorabuena al maestro Joan Company y recordarle que un artista nunca se jubila y que aspira al arte y la perfección hasta el día de su traspaso. Joan, maldita normativa, deja en la universidad un legado sin haberlo pretendido y un ejemplo para aquellos que formamos parte de una institución cuya aspiración se ve perfectamente reflejada en lo que su pasión y entrega ha edificado durante estas últimas décadas. La semana pasada, después de leer en esta sección a Miquel Munar, médico humanista con exquisita capacidad de reflexión y entendimiento de la complejidad humana, pude confirmar que no hay otra vía de supervivencia que el consenso y el diseño de una estrategia o ruta común que no sea cortoplacista y anclada en intereses que pueden no ser fieles al bien común.
Era preceptivo felicitar por su capacidad de síntesis a quien ha podido conocer a uno de nuestros más importantes sabios, Joan Mascaró i Fornés, y también custodiar conversaciones que seguramente nos arrojarían luz sobre la visión más íntima del mundo y de la sociedad de un genio que debe releerse constantemente. La esperada ascensión de nuestra política más resistente y estratega, Francina Armengol, me trae el recuerdo del Félix Pons que ya retirado de la política se dirigía a las aulas para impartir derecho mercantil. Sus tardes de docencia fueron un lujo para nuestra facultad gracias a la visión y acción del maestro Guillermo Alcover Garau. Recuerdo su educación y prudencia y aquella sensación de estar ante un gran hombre que además quedaba sellada por la admiración de mi padre por don Félix Pons Marqués. Como el olvido es cruel y veloz sí es obligado encontrarse, aunque sea virtualmente, con quienes nos inspiran o nos dan ejemplo. Qué gran fortuna si, además, se produce al amparo de una amistad que siempre hay que corresponder.