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En la bolera

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Aquí donde me ven, hubo un tiempo en que bien podría decirse que fui el rey de la pista en las noches de Palma, aunque quizás convendría concretar aquí que mi reinado estelar no se produjo en las discotecas ni en los clubes nocturnos, sino en las antiguas boleras que había en varios puntos de la ciudad. En mis viejos buenos tiempos, mi juego de muñeca era de tal nivel que no tenía nada que envidiar al de Pedro Picapiedra o al de Pablo Mármol, por poner solo dos ejemplos de bolistas internacionales realmente conocidos y respetados. Incluso creo recordar que hice algún strike en alguna ocasión, aunque ahora mismo tampoco estoy muy seguro de ello. Esa mala memoria se debe, al menos en parte, a que ya han pasado algunos años desde la última vez que fui a una bolera. Bueno, en realidad y para ser del todo sinceros, yo diría que en mi caso han pasado ya algunos años desde la última vez de casi todo. Aun así, ahora que las noches palmesanas parecen recuperar su antiguo esplendor, creo que me gustaría volver a salir como antes y acudir de nuevo a alguna bolera, pues cuando uno practica el bowling casi todo son ventajas o alicientes, ya que se hace deporte, se fomenta el espíritu de equipo y se pasa un rato muy agradable. El único pero que yo le pondría a las boleras es que son los únicos lugares de nuestra querida ciudad en donde, en principio, es imposible encontrar a una mujer fatal, pues en su interior no se puede fumar ni ir con tacones de aguja. Me queda al menos el consuelo de que tampoco había vampiresas en las boleras de Piedradura.

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