La izquierda de las Islas vive en una nube. Francina Armengol, que fue dura e incomprensiblemente (para ella) castigada por los electores baleares, recibe de Pedro Sánchez, al fin, el premio a su sumisión. La única exbaronesa socialista que durante los últimos seis años no ha cuestionado ni una sola de las decisiones de su jefe –incluyendo la ley del ‘solo sí es sí'– reúne las condiciones necesarias para servir aquí y ahora a los designios del madrileño. Habla catalán, proviene del independentismo radical, es experta en pactos anti PP y, en definitiva, según cuentan, no sería mal vista por Carles Puigdemont, que es en estos momentos el Igor que tiene las llaves del codiciado castillo de Frankenstein.
Más allá de si la jugada va a salir bien o mal –con el de Waterloo, resultan complicados los pronósticos–, lo cierto es que podría ser incluso peor si Sánchez otorgara graciosamente alguna cartera ministerial a la inquera.
Porque hablar, Francina habla bien, se expresa en unos más que correctos castellano y catalán y es una notable oradora en estrados, sobre todo, si la comparamos con cualquiera de sus compañeros del PSIB. Otra cosa es que lo que diga sea verdad. Y otra cosa aún más distinta es gestionar. Porque toda la izquierda está afectada del mismo síndrome, el del bla, bla, bla, es decir, creer que la política consiste en hablar, prometer, repetir consignas y abandonarse al postureo, en lugar de resolver los problemas de la gente, algo que les parece una ordinariez.
Armengol sabe hablar, pero solo con los de su cuerda. En ocho años, la expresidenta del Govern no ha entablado ni un solo diálogo negociador sobre cuestiones sustantivas no ya con la oposición, sino ni siquiera con la sociedad civil que ella supone cercana al bando contrario, salvo con las grandes cadenas hoteleras. Lo sé bien. Durante la precampaña de 2015 se hartó de acercarse a sectores educativos a priori no afines, aprovechando los analfabetos desmanes de José Ramón Bauzá.
Pero, una vez asaltado el poder, si te he visto no me acuerdo. Francina, desde el primer día, gobernó únicamente para los votantes de la izquierda, despreciando al resto, que ahora es mayoritario y acaba de ponerla de patitas en la calle. Por eso la ficha Sánchez, porque se trata de convencer a los colegas de investidura de la perfidia de Feijóo y de la excelsa fiabilidad de Pedro, no de presidir el Congreso al estilo del añorado Félix Pons, con una auctoritas que Armengol no tendrá jamás, porque el sectarismo concita fervor entre los propios, pero de poco sirve para moderar debates.
Francina Armengol, pues, tiene serias opciones de ser la presidenta del Congreso sanchista, eso sí, con permiso de la magistrada Martina Mora, pues solo esta conoce, por el momento, el futuro procesal del ‘caso Puertos'.
Como muestra del síndrome, dos ejemplos lamentables. José Hila se gastó casi cinco millones de euros de los ciudadanos en adquirir para su campaña electoral cinco autobuses con motor de hidrógeno. El problema es que no hay hidrógeno en Mallorca, porque el sainete del conseller Yllanes –a Dios gracias, jubilado– en Lloseta fue solo postureo. Yllanes es la viva imagen del bla, bla, bla, sin una sola realización palpable. Da escalofríos pensar que años ha dictaba sentencias.