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La perdición del jabalí

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Dos especies animales comparten este verano algunas playas españolas: la Sus scrofa y la Homo sapiens-sapiens. Ambas son omnívoras, y, más que el baño, se disputan en ellas la merienda. Ahora bien; lo que más las diferencia en ese escenario es que mientras que el jabalí acude a él con la intención de llevarse algo a la boca, a la criatura humana no se sabe bien qué propósito le impele, pues el de refrescarse, toda vez que el arenal es un yermo ardiente, sin sombras, y que la temperatura del agua del mar ronda los 30º, queda descartado.

Los jabalíes, según parece, han perdido el miedo al ser humano, pero se equivocan. Ahora, y desde que durante el confinamiento-COVID redescubrieron y recuperaron los territorios que les pertenecieron algún día, se aventuran por ellos alegremente en busca del sustento que la sequía y la invasión del cemento les niega, y se aprovechan de lo guarro que es el Homo sapiens-sapiens, al que sin duda le sobra el segundo «sapiens» y tal vez también el primero, que deja sus detritus tirados en cualquier parte. Sin embargo, éstos suidos de pelaje crespo han visto lo cómodo que es mangar la merienda que los bañistas dejan a su alcance en la playa, a ras de suelo. El jabalí con hambre no hace ascos a la basura, pero prefiere la tortilla de patata y los filetes empanados.

Los jabalíes han perdido el miedo al hombre, pero no deberían confiarse. El hombre, que es un lobo para el hombre, no es un lobo para el jabalí, que sólo le mata, o lo intenta, cuando tiene hambre, y discurrirá mil maneras de deshacerse de él, incluso por gusto de matar, como en el caso de los cazadores. Los jabalíes son inteligentes y pacíficos, son tan dueños del territorio como el hombre que lo ha invadido absolutamente, gozan desplazarse en familia y buena parte de los accidentes de tráfico que causan podría el ser humano evitarlos conduciendo más despacio y con mayor atención. Pero le han perdido el miedo al hombre, y esa puede ser su perdición.

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