Las decisiones restrictivas en materia de política lingüística tomadas por el Partido Popular de Marga Prohens anuncian años calientes.
Si Pedro Sánchez logra formar gobierno en Madrid con el apoyo de vascos y catalanes, la izquierda balear, igual que la valenciana o la gallega, se sentirá reforzada a la hora de plantar cara al acorralamiento de sus las lenguas propias. El PP balear marca el paso de la oca impuesto por Vox. Demuestra una clara dirección uniformista en pro del castellano.
Prohens ha tomado unos derroteros demasiado sombríos, como si se viera forzada a sumergirnos en una época oscura. Debería recordar. Gracias al impulso de Gabriel Cañellas, el Partido Popular gobernó Balears entre los años 1983 y 1999. De esta hegemonía surgió la Llei de Normalització Lingüística, el reconocimiento del catalán como lengua propia en el Estatut y la normativa protectora de la amada lengua propia en la escuela. Años más tarde, el PP trabajó en la creación de una policía autonómica. Con su pulcro respeto hacia a la secular idiosincrasia isleña, Cañellas le dio a esta tierra una estabilidad nunca vivida hasta entonces.
¿Y que le espera ahora a Prohens, sometida a Vox? Es fácil predecirlo: una movilización social sólo comparable a la del 2013, que determinó el final de José Ramón Bauzá. La izquierda se está frotando las manos. Pondrá de nuevo en pie a las gentes de la cultura, de la docencia, de la cualificación intelectual y técnica y de la sensibilidad hacia la personalidad propia. Porque lo que está en peligro es la lengua de Ramon Llull y Anselm Turmeda; de Cabrit y Bassa; de Colom y Crespí; de Alcover y Costa. Está en peligro el alma de un pueblo, a la que humillan un puñado de ultras.
Cabría esperar que Prohens no se convierta en una máquina expendedora de tensiones, crispación y provocaciones fanáticas. Del Consolat de Mar solo tiene sentido esperar paz, armonía y entendimiento. Cañellas lo sabía muy bien.