Tenía una amiga alta y rubia. Le encantaba ponerse tacones y elevarse por encima de los demás. Un día le pregunté: «¿Por qué te pones tanto tacón?». La respuesta me llegó rápida: «Me encanta mirar a los hombres desde arriba.» Reímos porque la frase era toda una declaración de intenciones.
Era una mujer fuerte, sin complejos, que participaba en tertulias políticas, en programas de televisión y en gestión cultural. Pisaba fuerte y le gustaba llevar tacones porque reflejaban una actitud concreta ante la vida.
Durante un tiempo, trabajamos juntas en televisión. Nos encontrábamos en la sala de maquillaje. Los tacones y el maquillaje nunca han sido formas de sumisión femenina. Más bien, al revés: las mujeres los hemos utilizado para aumentar la autoconfianza y el poder de seducción.
Las mujeres, históricamente, han sido víctimas de comentarios y de actitudes machistas. Han tenido que soportar desde chistes de mal gusto hasta bromas que no se pueden tolerar.
En nuestra época, continúan las actitudes machistas. Pero no debemos confundir las cosas. El maquillaje aplicado con un mínimo de gracia mejora el aspecto de la mayoría de mujeres y también de los hombres. Hace años que conozco a hombres que se ponen eyeliner, rimmel o base de maquillaje en la cara. Lo hacen porque quieren (y no caigamos en el tópico de pensar que son gais, porque seguro que nos equivocaríamos). Quieren mirarse en el espejo y sentirse más atractivos. Simplemente. Es decir, son mujeres y hombres que quieren utilizarlo sin estridencias innecesarias.
Todo ello son cuestiones estéticas sin mucha importancia. Hay quien opta siempre por la comodidad, claro. Otros son, directamente, esclavos de la imagen. Quizás un punto intermedio sería lo más adecuado.
El tema de los talones también tiene un punto sexy e, incluso, fetichista, que puede alegrar la vida de quienes se levantan y apuntan hacia el cielo.