No hay nada que ponga más de los nervios a un psicólogo moderno (o psicóloga) que el victimismo. Me he dado cuenta a fuerza de escaparme de unas cuantas consultas. Hacerse la víctima está muy feo. Se podría decir que debería estar prohibido. Por eso he llegado a la conclusión de que si no tenemos suficiente fuerza y poder para defender el catalán es porque llevamos décadas haciéndonos las víctimas. Lo que deberíamos hacer es ponerle más empeño (más huevos, como se dice de manera castiza). Porque con victimismo y buenas palabras lo que haremos será simplemente salir de la consulta del psicólogo (o psicóloga) con el rabo entre las piernas.
Deberíamos fijarnos en el método español, que consiste en –además de darle la vuelta a la tortilla: el castellano está en peligro– redactar decálogos muy tajantes, ponerse muy chulo en las exigencias y, después, mantener el tipo en el momento de exponerlas. Tal como se puede observar en el caso de Hablamos Español, esa asociación de defensa de los derechos lingüísticos de los hispanohablantes. Nada de Política Lingüística (departamento que, por cierto, acaba desaparecer del mapa). Con buenas maneras no se consigue nada. Y, además, según los expertos, ninguna política lingüística ha salvado jamás una lengua.
Mucho menos, cualquier intento de actuar en favor del bilingüismo (si una lengua hace el trabajo, ¿para qué queremos dos?). En fin, que copiando el decálogo de Hablamos Español (léanlo, se van a tronchar) pero aplicándolo al catalán (Parlam Català) resultaría facilísimo, por una vez, defender nuestra lengua sin caer en el victimismo. Porque ya está bien de tener que ser siempre los protagonistas del cuento del cornudo y apaleado (el de fotut i banyut). A mí, es que no me gusta nada ir al psicólogo (o psicóloga).