El primer ministro Mark Rutte acudió el sábado pasado a una audiencia con el rey Guillermo en su coche, un Saab familiar de 1993. Nada nuevo, porque en otras ocasiones ya se había desplazado al palacio real de La Haya en bicicleta. Las cosas en la muy rica Holanda aparentan sencillez, como en los países nórdicos. En esos lugares, los políticos se autocalifican de «gente corriente», y quienes no lo son, los reyes, reinas y asimilados, son ornamentos de la Historia. Aquí, en cambio, nunca hemos visto a un presidente de Gobierno conducir su coche hasta la Zarzuela. Incluso la podemita Chelo Huertas se hizo transportar en una berlina del Parlament a Marivent. El coche oficial pesa mucho. ¿Han oído a algún candidato del 23-J hablar de recortes en el Congreso o en el Senado, ese cementerio de políticos amortizados? Yo no he podido averiguar cuánta gente, entre chóferes, bedeles, periodistas, secretarias, técnicos,... trabajan allí. Serán miles. Lo que sí sé es que debajo del Congreso existe un aparcamiento donde los grupos parlamentarios disponen de modernas y lujosas berlinas con chófer para sus desplazamientos por la capital. Nada que ver con el Parlamento sueco, por ejemplo, donde sólo hay tres coches oficiales.Allí, los diputados reciben una tarjeta para el transporte público terrestre, mientras que sus señorías españolas viajan con cualquier medio por toda la geografía nacional gratis total. Recuerden al extremeñoMonago, que iba a ver a su novia tinerfeña por cuenta del Senado, y con dietas de hasta 2.000 euros. Pues sigue en el cargo. Y luego nos quejamos de los impuestos y de lo cara que está la vida.
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