Empezó este viernes la campaña electoral. Inicié mi dieta. Llevaba varias semanas sintiéndome pesada, con el cuerpo hinchado y la cabeza aturdida. Percibí este malestar la noche del 28 de mayo, desde entonces, mi cuerpo ha ido inflándose como un globo. Lo observaba a primeras horas de la mañana, encendía la radio, cualquiera de sus emisoras porque soy cuerpo curioso y me gusta variar el menú, y ya sentía ligeros abultamientos. El primero en la lengua. Conseguía reducirla con la ducha. Me iba a la calle, me pedía un café descafeinado, mientras iba leyendo la prensa. Entonces no sé cómo, mis ojos empezaban a parecerse a los de un mero. Solo al salir de la cafetería, mis globos oculares volvían a su tamaño natural. Y así ha ido sucediendo con todo mi cuerpo. Se ha esponjado de tal manera, que he decidido que con el arranque de la campaña me pongo a dieta.
Leo que la disminución de grasa empieza a notarse en el abdomen, las caderas, los glúteos y los muslos. Perfecto. A por el cuerpo 10. También me informan que las alegrías de este cuerpo nuevo, liviano y plano, se notan nada más empezar. Como soy impaciente, me da un alegrón saberme recompensada en un tris tras. Habida cuenta del mono que voy a sentir de no hacer campaña electoral y hacerla por mi cuerpo, escribo 0-1 en el marcador.
Me pregunto qué va sucederle a mis neuronas, ahora que sé por la neurociencia que todo se gesta, el pensamiento emocional, la salud mental, gracias al baile de las más de 100 millones de neuronas que se concentran en el estómago, el llamado segundo cerebro. Cuando mi estómago recibe comida, libera hormonas, entre ellas algunas como la grelina, que me tiene francamente preocupada porque resulta, si no lo he entendido mal, que si bien aumenta el apetito, favorece acúmulos de grasa y sumar kilos, y a la vez activa el hipocampo, la región del cerebro relacionada con la memoria y el aprendizaje. Ay, qué dilema. O reduzco peso y me desmemorio. O avanzo en kilos y aprendo.
Decido que seguiré con mi vida contemplativa en lo que a comida y bebida se refiere hasta la noche del 23 de julio, y según sean los resultados, veré si me zampo una de calamares a la andaluza, o un frit mallorquí, o me vuelvo a la ingesta intermitente, tan saludable ella. Porque leo en la revista Science que con el estómago vacío nos volvemos más agresivos al faltarnos el triptófano que se encuentra en la dieta, y que es el encargado de producir la serotonina, uno de los neurotransmisores clave en el mapa emocional. Me siento Hamlet, o sería más oportuno nombrar a Orlando. ¡Qué me censuren el menú si quieren. Total, estoy a dieta!
Así es que ya entiendo, la culpa la tiene la dichosa política y sus preocupantes vaivenes... ¡Chist! Me había prometido ponerme a dieta. ¡A por el cuerpo 10!, y como hemos quedado con una buena amiga, ¡a bailar y a besar!