A quince días de las elecciones generales, la incompresible campaña de Pedro Sánchez ha encontrado los apoyos más firmes en Vox, lo cual no debe sorprender al coincidir ambos partidos en el mismo objetivo: achicar el espacio al Partido Popular. En el tiempo de campaña en el que el debate debería centrarse en el juicio sobre «la maldad, las mentiras y la manipulación» del sanchismo, según definición del propio Sánchez, y en las propuestas de la alternativa de Núñez Feijóo, Vox ha conseguido, con el sostén de la potencia mediática de la izquierda, poner el foco en sus exigencias al PP –de querer incorporar ideas a pretender acaparar cargos– para oficializar los gobiernos de las candidaturas más votadas en las recientes elecciones. Incluso alineándose con la izquierda, como ha sucedido en el Ayuntamiento de Palma y también en Cantabria, pendientes del pulso que se libra en Murcia donde la ultraderecha está dispuesta a repetir elecciones y pasar por encima de la falta de sólo dos votos para la mayoría absoluta del candidato López Miras (PP). En el pleno municipal de Palma, el alcalde Jaime Martínez probablemente adoleció de falta de cintura en la primera convocatoria para poner en marcha el consistorio, extremo luego solucionado con la negociación con los partidos, como exige su minoría mayoritaria, para superar el bloqueo de Vox. Si bien es cierto que sólo ha ganado tiempo, su actitud ha puesto de manifiesto la exacta correlación de fuerzas consistoriales cuya misión es la gestión de la ciudad.
Cuando los resultados sonríen a las formaciones políticas minoritarias tienden a la arrogancia. Sucedió con Podemos y con Ciudadanos. Su altanería les llevó a pretender sustituir a los partidos alfa de su ámbito. Ha sido cuestión de tiempo que las urnas los pusieran en su lugar. Vox exhibe la misma soberbia. Isabel Díaz Ayuso en Madrid y Juan Manuel Moreno en Andalucía han mostrado cómo la moderación y la firmeza de principios cierran el paso a los radicales. Vistos los apoyos con que cuenta Vox desde la izquierda, la concentración del voto de centro derecha en las candidaturas de Feijóo se aparece como la opción más viable para detener el avance de la ultraderecha. Y el tremendismo hiperbólico de Armengol y sus socios ya ha sido debidamente rechazado en las urnas. Vox no es una anécdota. La eurodiputada de Ciudadanos Soraya Rodríguez reflexionaba sobre la circunstancia de que en Europa la ultraderecha va en serio: llamar ideología criminal a las acciones contra el cambio climático, negar la violencia contra las mujeres o procurar la sumisión de los sistemas educativos a su ideario son argumentos universales de la extrema derecha, además de su intención de revertir el estado de las autonomías, tal como ha declarado nada menos que el presidente (Vox) del Parlament de las Illes Balears.
Si es cierto que la historia responde un movimiento pendular, después de la crisis de 2008, el 15-M y la eclosión de la extrema izquierda, el protagonismo debe corresponder ahora al límite opuesto. Para corregirlo solo queda el retorno a la sensatez. Las voces en este sentido, Felipe González entre otros, deberían encontrar respuesta en el socialismo después de Sánchez y sentar las bases de acuerdos por la moderación que cierren el paso a los extremos.