Cuando, hace ya algunos años, realicé un estudio sobre las mancomunidades de municipios de Mallorca, uno de los hallazgos fue la conveniencia de unificar el taxi en la isla. El responsable del Consell mostró reticencia, y me explicó muy gráficamente que «ni Lenin se había atrevido con los taxistas». Ahora parece que son los propios profesionales del taxi quienes se plantean la unificación, y no por un súbito ataque de lucidez, sino por la avasalladora llegada de Uber y Cabify, empresas privadas que constituyen el epítome del capitalismo más puro aplicado al transporte público.
No quisiera caer en el estereotipo, pero no es ningún secreto que en al menos un amplio sector del gremio predominan las simpatías derechistas. Por motivos laborales cojo muchos taxis, y la conversación suele derivar rápidamente (sin especial intención por mi parte, se lo aseguro) hacia donde asoma la ideología de derecha o más bien de ultraderecha, un discurso rudo, conservador en lo social («¡mano dura!») y muy antiizquierdista en lo económico («los otros roban, pero yo vivía mejor»), mientras en la radio suena casi invariablemente el inefable Jiménez Losantos. La moraleja de la historia es que ha sido el neoliberalismo derechista el que, sin resistencia y con entusiasmo, acogió y propició la liberalización del servicio de taxi para entregarlo a las multinacionales, y que, ¡oh sorpresa!, fueron los rojos y gente como el odiado Coletas los únicos que defendieron el sector y abogaron por mantener el taxi como único servicio público. Recordemos que, como tal servicio semipúblico, el taxi se halla regulado y controlado en precios, condiciones de trabajo y desempeño de la tarea.
Nunca he cogido un Uber o Cabify, y seguiré siendo fiel al viejo y fiable servicio público; me temo que los taxistas, por su parte y en su mayoría, seguirán siendo fieles a la COPE. Vienen malos tiempos para el taxi, quizá su desaparición. La situación resulta una buena metáfora de lo que pueden ser las próximas elecciones: personas –y colectivos– tan profundamente alienadas que votan a quienes destruyen las bases que las sustentan, tan empecinadas en odiar lo público que ni se dan ni cuenta de que todos somos lo público.