Lo sé. Te has ido porque no podías soportar contemplar como caen tantos sueños conseguidos, como se van a hacer trizas versos de libertad para ser suplantados por consignas del gallo negro, traidor y mentiroso. Te has ido Pedro Andreu y nos has dejado tiritando de tristeza a 38 grados a la sombra. El poeta canalla, el buen poeta, se ha ido con palabras escritas desde lo más profundo de una garganta que ya no podía articular sonido. Nos has dejado lo mejor de ti no lo diría, porque lo mejor de ti se lo lleva la tierra, avariciosa de tus cantos de golfemia.
No, yo tampoco le perdono a la muerte enamorada, como no olvido otros robos, como el de Avelino Hernández, al que gracias doy por haberme escrito en un correo, habla con este joven poeta. Le hice caso y hablar, hablaste, y escuché y escribí de ti y de tus versos. Amores quebrados, lenguas sin tapujos, verbos de espolón. Hasta que la enamorada guadaña hizo de las suyas. Avelino se murió pronto. Tú le has ganado. Él 58 años, y tú doce menos, ¡cuánta prisa, Pedrusco!, que así te llamé cuando nos hicimos los huérfanos del poeta de Soria y del mundo, inquilinos de la Casa Abierta, Teresa con sus fortalezas lo puso fácil. Tengo que hablarte de los huecos de la casa, demasiado desconchón, mucha grieta, habría que darle una capa de pintura, solo que te has ido tú, y ahora estamos queriendo que Laura descanse entre el ruido ensordecedor de tu ausencia, partida en dos por un dolor de galope que algún día cesará. No tus poemas. No podemos ser okupas de esta casa tan triste.
Estamos rotos por tu punto de no retorno, gracias por dejarnos donde asirnos, gracias por haberte encargado de elegir los mejores alimentos mientras cenan con nosotros los amigos. Amy Winehouse baila una de tus nanas negras y Javier está celoso y le da por darle a una piedra tras otra con la punta del pie desnudo, para tapar el dolor que siente cuando se va un poeta por la puerta de atrás, demasiado pronto, ¡cachis!, repite. Hostia, mucha hostia, cuelga de la lengua seca. El dolor es un poco dry martini, aunque a mí me sabe a vino, muy tinto, negro.
Mi cabeza se vuelve espiral y peonza. Hace calor. Es verano. Acaba de empezar. Con tu muerte se estrenaba, y quiso también, ah los azares estúpidos, que el gran amigo y poeta, Avelino, nos dejara en un estío. Veinte años ya. Demasiadas semejanzas para soportar este triste homenaje que no quisiera estar escribiendo. A Avelino le conté de una silla vacía. A ti Pedro aún no sé qué decirte. Gracias. Es lo único que se me ocurre. Por el coraje de haber vivido cuando te sabías muerto.
No encuentro mejor manera de poner punto final que recurriendo al final de Un canto a la vida, el escrito que Pedro Andreu dedicó a la edición de El septiembre de nuestros jardines, de Avelino Hernández.
«Hasta siempre. Te extrañamos.
Vértigo para todos, muchas lunas, mareas de utopías. Salud y palabras como quien tira piedras. Besos con lengua a las musas y estropajo a las mentiras de los dueños del mundo» (Pedro Andreu)
Pedro murió el día 20. La ELA cumplió. Se fue demasiado pronto. Escribió sin parar. En abril se presentó su poemario Nadie sabe cantar como Amy Winehouse. Habrá más.