Cuando era muy joven, invertí muchas energías en defender mi lengua y mi cultura. El catalán de Mallorca, el mallorquín, la lengua que llegó a nuestra isla con el Rei En Jaume y que nos incorporó a la cultura occidental europea ha sido maltratada durante siglos. A veces me sorprende su increíble capacidad de supervivencia, de sobreponerse a los obstáculos y seguir viva. Porque las lenguas acaban por morir, si no hay leyes que las protejan ni hablantes que las usen con normalidad en todos los ámbitos. Cada vez que muere una lengua, se pierde un tesoro cultural inmenso.
A lo largo de los años, a medida que dejé de ser aquella muchacha entusiasta e ingenua, seguí luchando por el catalán, lengua de Ramon Llull. Me mueve el amor. Así de simple.
El amor por la lengua de mis padres, mis abuelos, mis bisabuelos… creo que yo sería un ejemplo de los ocho apellidos mallorquines.
Me mueve la lealtad a la lengua en que transcurrieron los años de mi niñez, cuando empezamos a descubrir el mundo. Me impulsa la voz de mis mayores, el recuerdo de sus frases, de las canciones que me cantaban, de los cuentos que me explicaron y que aún recuerdo. Me anima mi formación como filóloga, el haber tenido la suerte de estudiar mi lengua también desde un punto de miras académico y científico.
Me impulsan, -voy a decirlo-, el dolor y la rabia de ver los tiempos que vivimos, cuando desciende el número de catalanohablantes, los jóvenes hablan en castellano entre ellos, y surgen alianzas de gobierno que pueden poner en serio peligro el catalán.
Hablemos claro: ¿alguien conoce a un inglés que no hable inglés? ¿O a un francés que no hable francés? ¿O a un alemán que no pronuncie una sola palabra en alemán? La situación nos parecería inconcebible y surrealista. Estoy harta de escuchar la frase: «yo soy mallorquina, pero no hablo el mallorquín». Si piensas o defiendes eso, mientes. Los mallorquines somos aquellos que, nacidos o incorporados a esta tierra, usamos con normalidad su lengua. Y del castellano, no os preocupéis demasiado: tiene una salud envidiable y se aprende solo respirando.