Debido a la atmósfera altamente tóxica de la precampaña electoral para las generales de julio, y a que las aguas fecales ya nos llegan al cuello, algunos ciudadanos asustadizos pero bien informados pudieron pensar que entre los vetos, las broncas, las líneas rojas, los pactos y las estrategias, igual se quedaban sin alcalde o alcaldesa. Y no, para nada. Los plazos se cumplieron y tras los protocolos y entrañables rituales municipales (collares, bandas, fajines, varas de mando), ya tenemos alcaldías. Que por cierto, es lo menos que se puede tener. Porque las alcaldías, siendo por así decir poderes de andar por casa, domésticos, no se rigen por los mismos criterios que los de rango superior, obligan a contorsiones rarísimas, soluciones caseras, mandatos minoritarios o rotatorios y ajustes exóticos, ya que naturalmente, en su casa cada cual va como quiere. Política íntima, se podría decir también. Lo que permite que por ejemplo en Girona, los anticapitalistas antisistema de la CUP arrebaten al PSC la Alcaldía con ayuda de Junts, máximos representantes del capitalismo como buenos convergentes.
Si la política hace extraños compañeros de cama, figúrense la municipal, donde todos cohabitan la misma casa. Por supuesto, dado su afán identitario de llamar la atención, el caso más extremo de raras alianzas fue Barcelona, donde nada menos que el PP se asoció con el aborrecido PSOE (¡el sanchismo!) y los detestados comunes para hacer alcalde a un socialista y dejar fuera al ganador, Xavier Trias, veterano convergente ahora de Puigdemont, apoyado por sus eternos rivales de ERC. Sublime enredo barcelonés, inverosímil resultado sólo posible a nivel municipal, porque ya se sabe que dentro de los domicilios, lo que funciona son las tirrias y no los amores. Seguro que a algunos, al igual que aquel personaje de El hombre que mató a Liberty Wallace que encontró cerrado el bar el día de las selecciones, les parece que «eso es llevar la democracia demasiado lejos». No, lo que pasa es que la democracia municipal es así. Tortuosa, básica, casera. Aquí bien, tendremos un alcalde del PP, el señor Jaime Martínez, en minoría pero sin tonterías ni cuchilladas por la espalda. El hombre hizo lo que dijo que haría y dejó a Vox fuera. Se agradece cualquier rebaja en el nivel de toxicidad.