A Pedro Sánchez no se le puede negar el aplomo con el que defiende lo indefendible. En ocasiones por encima de la evidencia. La más reciente durante una entrevista con Carlos Alsina, en Onda Cero. Es difícil encontrar un precedente de que cuando a un presidente del Gobierno le preguntan por qué nos ha mentido tanto a los españoles en cuestiones como los indultos a los golpistas catalanes, la reforma del Código Penal para suprimir el delito de sedición, los acuerdos con Bildu o el incumplimiento del compromiso de regeneración de las instituciones nombrando a quien a la sazón era la ministra de Justicia, Dolores Delgado, fiscal general del Estado o promocionando a otro ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, para ocupar plaza en el Tribunal Constitucional, el interpelado responda que no ha mentido sino que, simplemente, «ha cambiado de posición política».
Ya digo que no hay precedentes de la indiferencia con la que Sánchez recibe y despacha el reproche ante la evidencia no ya de los cambios de política sino directamente de haber mentido al respecto. El fin justifica los medios. En su caso, el fin no ha sido otro que mantenerse en el poder a cualquier precio combatiendo la precariedad de la fuerza parlamentaria del PSOE con todo tipo de componendas con grupos como ERC o Bildu. A diferencia de lo que ocurre en otros países en los que la mentira penaliza a los políticos, en España no tenemos esa tradición.
A juzgar por lo que apuntan las encuestas, y a cinco semanas de la cita con las urnas, cabe pensar que una mayoría de ciudadanos le han tomado la medida haciendo buena aquella sentencia atribuida a Abraham Lincoln según la cual se puede engañar a todo el mundo algún tiempo y se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Veremos qué pasa el próximo 23 de julio.