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En vísperas del 28-M

| Palma |

De estas elecciones salimos peor, si cabe. Lo que le faltaba a la España de Sánchez era la imagen de un país desplumado por la compraventa de votos, el racismo, la presencia de candidatos con las manos manchadas de sangre y la desconfianza en la clase política tras una campaña para olvidar. Así que nadie se echará las manos a la cabeza si la abstención gana de calle al presunto partido ganador en la suma total de las municipales, en cada una de las doce Autonomías y en cada uno de los 8.131 ayuntamientos llamados a las urnas del 28 de mayo.

Ese es el primero de los rasgos endosables al recuento de la noche del domingo. El segundo es la ‘macroencuesta' nacional que, sobre una muestra real de 35.414.655 ciudadanos llamados a las urnas municipales, se tomará como indicador fiable de lo que puede ocurrir en las elecciones generales de diciembre, las que alumbran el escenario político para la próxima legislatura.

El tercer indicador sería el de las magnitudes más heterogéneas. Aquí se cruzan dos varas de medir el poder institucional en disputa para los dos grandes partidos, PSOE y PP. La cuantitativa resultará de contar los Ayuntamientos o Comunidades ganados o perdidos. Y otra cualitativa. La que afectará a los lugares emblemáticos, como las alcaldías de las grandes urbes: Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla.
En la batalla autonómica el que mejor lo tiene es el PP, porque ve segura la continuidad en Madrid y Murcia. A partir de ahí, lo peor que le puede pasar es que se quede como está, aunque es muy difícil que no consiga gobernar en alguna o algunas de las otras diez.

En cualquier caso, la carga simbólica de Valencia se ha convertido en la madre de todas las batallas del 28 de mayo. En vísperas de la jornada electoral, las encuestas detectan un empate técnico entre el bloque de la derecha (PP-Vox) y el de la izquierda (PSOE-Compromís), con aires de cambio favorable a la candidata del PP a la alcaldía, María José Catalá, para gobernar con o sin Vox.

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