España no es un país racista pero en nuestro país hay muchos ciudadanos que son racistas. Se retratan a través de los gritos xenófobos que jalonan el transcurso de partidos de fútbol entre equipos en cuyas plantillas figura algún jugador de raza negra.
Es un fenómeno execrable al que, por desgracia, no se le ha puesto coto a tiempo porque las autoridades deportivas han venido mirando para otro lado; los responsables de los clubes han hecho la vista gorda minimizando el problema para evitar posibles sanciones y las pocas veces que ha intervenido la Fiscalía, al final, las acusaciones se han quedado en nada.
Los incidentes del fin de semana en Mestalla, el campo de Valencia CF en los que un grupo de espectadores insultaron reiteradamente al jugador del Real Madrid Vinicius Jr, ha sido la gota que ha desbordado el vaso de la indignación. Insultan a Vinicius y le faltan al respeto, intentando desestabilizar su juego porque es un gran jugador, uno de los mejores delanteros del mundo y porque es negro. Freud habría detectado en ese comportamiento que roza lo miserable un gran complejo de inferioridad. El energúmeno es un individuo mediocre, probablemente un fracasado social que arropa su insignificancia emboscándose en el grupo.
Acusan a Vinicius de ser arrogante –lo ha hecho Ximo Puig presidente de la Generalidad Valenciana– porque celebra los goles. Como lo hace Ronaldo, pero al astro portugués no le insultaban llamándole ‘mono' o ‘tonto'. Digámoslo pronto: con Vinicius se ceban porque es negro. Por eso con los comportamientos xenófobos y racistas en los campos de fútbol habría que ser radical. Código Penal para los energúmenos, paralización del partido, sanción al club, y, si este tipo de conductas se repiten, clausura del campo. Pero la Fiscalía debe actuar con diligencia.
Estos individuos y sus parroquias deben tener claro que insultar a un jugador como han hecho con Vinicius en Valencia, es un delito de odio. Y el Código Penal lo dice muy clarito. No hay que crear nuevas leyes, basta con cumplir las vigentes.