Sólo hace cinco años que ETA anunció unilateralmente su disolución y siete años antes había dejado de matar y abandonado el uso de las armas. No estamos hablando, pues, de una historia antigua, sino de acontecimientos que están, como quien dice, a la vuelta de la esquina.
Claro que la organización terrorista no consiguió sus objetivos de independencia socialista de Euskalerría. Pero, cabe preguntarse, si no se está hoy día más cerca de esos objetivos por la vía electoral, democrática e institucional que desde entonces –y antes de entonces, también– practican sus herederos de EH Bildu u otras denominaciones usadas a esos efectos.
No es una pregunta ociosa, dado el paulatino crecimiento de esas tesis, por la vía pacífica, eso sí, y su implantación en todas las instituciones del País Vasco y de Navarra. Porque ETA ha desaparecido, sí, pero no sus consecuencias y mucho menos sus objetivos, encarnados como se ve por las mismas personas, dada la reiterada composición de las listas electorales de Bildu.
La de ETA, pues, no cabe ser considerada una derrota, pues tenemos más de 300 crímenes sin resolver, homenajes a los etarras que van siendo excarcelados y participación de Bildu en las decisiones del Estado, siempre en la línea de sus intereses independentistas, habiendo encontrado en el Gobierno socialista el aliado más a su gusto para conseguir sus propósitos.
Por todo esto, no resulta desproporcionado el escándalo por las listas electorales de Bildu con etarras convictos que jamás se han arrepentido de sus crímenes ni pedido perdón por ellos.
Con todo esto, decíamos, ¿quién puede hablar de derrota de ETA cuando poco a poco está alcanzando sus objetivos y cuando las personas que los encarnan van logrando mayores cuotas de poder en el País Vasco y también en el resto de España?
Pues eso.