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La derecha y la justicia social

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La presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, acaba de declarar que «la justicia social es un invento de la izquierda». Por una vez, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con la inefable presidenta. Desde luego, no la inventaron ni la patronal, ni la jet-set, ni los aristócratas, terratenientes, obispos o reyes. Hay que retrotraerse a Bismarck para encontrar al único conservador interesado en el desarrollo del Estado del bienestar. Casi diría más: la justicia social es la izquierda, constituye su rasgo más preclaro y definitorio.

Dos concepciones antropológicas recorren la historia: por un lado, aquella que considera que el ser humano es intrínsecamente egoísta y perverso, y que por tanto todo intento de mejora y progreso es vana ilusión, y sólo cabe encomendar el destino humano a la tradición y/o a la lucha competitiva de todos contra todos. La segunda concepción entiende al humano como un ser social producto –y casi siempre víctima– de sus tiempos y lugares, desprovisto de maldad intrínseca y siempre perfectible.
Derecha e izquierda abrazan, respectivamente, una y otra actitud, lo que no deja de resultar paradójico en el caso de los conservadores, que en Occidente se proclaman, casi sin excepción, cristianos. Pero si el cristianismo triunfó en Roma fue precisamente por su aportación de algo de lo que aquel imperio feroz estaba muy necesitado: la misericordia y la piedad. Hoy, quienes se dicen cristianos abrazan mayoritariamente el darwinismo social y el liberalismo más cruel, cuando no el fascismo.

Fueron los distintos socialismos, comunismos y anarquismos los que enarbolaron la conciencia social que la Iglesia abandonó tempranamente. Si no fuera por la izquierda, seguiríamos con jornadas de quince horas diarias, sin vacaciones ni días libres, sin sanidad ni educación, sometidos a la ley de bronce de los salarios (cobrar lo mínimo para no morir de hambre) y con niños de cinco años en las fábricas. La justicia social es un invento de la izquierda, sí. Si Ayuso lo decía como demérito, se equivocó: la izquierda encarnó en los últimos dos siglos la decencia, la conciencia y la dignidad humanas, y cuesta mucho ver en ello algo de lo que avergonzarse.

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