El famoso síndrome de Stendhal, trastorno psicosomático que provoca palpitaciones, desmayos, vértigos y abulia cognitiva (alelamiento) por la contemplación excesiva de belleza (es un síndrome para pijos muy sensibles), tiene un síndrome opuesto menos conocido, pero que afecta a mucha más gente. Por cada individuo con el síndrome de Stendhal hay docenas afectados por el síndrome del Lazarillo, provocado por la contemplación constante de fealdades exageradas. No se habla nunca de este síndrome porque, así como los pacientes del Stendhal están muy orgullosos de padecerlo, y se jactan de un trastorno tan culto y exclusivo, los del Lazarillo (de Tormes), también con síntomas de confusión, vértigo y palpitaciones, se callan y sufren en silencio, porque les da mucha vergüenza. En serio, sin intención de ridiculizar al señor Stendhal, la visión de cosas feísimas, exhibidas sin recato y en abundancia, tiene efectos psicosomáticos mucho más nocivos que atiborrarse de belleza, y ello con independencia de si el observador es un exquisito muy snob o un tarugo con menos sensibilidad que un pepino.
En realidad el síndrome del Lazarillo, generado por exceso de fealdad (ciudades asquerosas y hediondas, barro y suciedad, mendigos, perros famélicos, gentes feas tanto física como moralmente, sórdidos callejones, harapos, cuchitriles de mala muerte, etc.) también podría llamarse síndrome Zola, o Dostoievski, o Dickens. Hay muchos candidatos a bautizar este síndrome, porque casi todos los grandes escritores se han dedicado a narrarnos, con descripciones muy detalladas, las miserias, mugre y fealdad de los seres humanos. Y del mundo. Hasta existen corrientes artísticas (feísmo, tremendismo, naturalismo, realismo más o menos sucio) que valoran estéticamente lo más repulsivo, y nos abruman de fealdades. Y encima nos gusta. Más que la belleza, seguramente, y de ahí la vergüenza añadida a los trastornos psicosomáticos de este síndrome, y que a diferencia del de Stendhal, nadie hable de él. ¿Cómo me puede gustar esto?, farfullan confusos los afectados. Se le podría llamar de otras formas, pero le he llamado del Lazarillo porque el que inventa un síndrome le llama como le da la gana.