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Campaña de Photoshop

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La pancarta de grandes dimensiones de la campaña socialista que recobra la imagen de una Francina Armengol de hace equis años se quedaría en divertimento electoral a cuenta de memes, videos y demás gracietas en las redes sociales de no ser porque sirve para constatar cómo la política se ha convertido en trasunto del Photoshop que alcanza su cenit precisamente en el tiempo previo a las elecciones.

La manipulación de imágenes no es ni mucho menos de ahora. El ejemplo archisabido es el de Stalin suprimiendo a Trotski de las fotografías. La novedad es que toda la política aparece como retocada con las herramientas propias de las publicaciones del famoseo para alejarla lo más posible de la realidad, conflictiva a su pesar. A pesar de que el Photoshop va camino de convertirse en antigualla desde el momento que, hoy, cualquier persona puede aparecer afirmando rotundamente lo contrario de lo que piensa o en las situaciones más inverosímiles. Una de las fotos más circuladas por el mundo digital es la de Donald Trump siendo detenido por la policía, con un realismo que demuestra hasta qué punto los artefactos digitales, sea inteligencia artificial o cualquier otro utensilio, están en condiciones de eliminar por completo la frontera entre la certeza y el embuste más grosero. En el caso del cartelón de Armengol, los epígonos socialistas sostienen que no ha habido uso de herramienta alguna para mejorar su imagen porque se trata de la ilustración de un autor llamado Jaume Vilardell. Aceptado, pues, que nadie ha abusado del Photoshop habrá que colegir que la devoción del artista por la presidenta ha producido los mismos efectos.

De igual manera, la campaña electoral es una gran operación de maquillaje con el objetivo de ocultar carencias, defectos e incumplimientos y mostrar un mundo color de rosa. Si la mayor preocupación ciudadana es la carestía de la vivienda, se anuncia la construcción de pisos «a precio asequible» por miles y miles, cifras que crecen exponencialmente al ritmo de cada mitin. En el caso del sanchismo, y Francina Armengol se enorgullece de ser su portaestandarte, el trecho entre las viviendas del PSOE y la realidad es el mismo que hay entre los conceptos de verdad y mentira en el magín de Pedro Sánchez. Si el número de personas sin trabajo no se ajusta a las necesidades del Gobierno, se cambia y bajo ningún concepto se admitirá que la angustia del parado pueda estropear el triunfalismo gestor. Y, peor aún, si el incremento constante del coste de la vida dificulta la llegada a final de mes, la inflación desaparece del discurso. Como todo aquello que pueda perturbar la narrativa de la campaña. Por complicada que sea la situación sanitaria –los médicos afirman estar al borde del abismo por la falta de recursos–, la candidata socialista promete millones para atender al ciudadano de la cuna a la tumba. Cuando la propaganda ha sustituido a la política los problemas reales de los ciudadanos dejan de interesar para la agenda de los candidatos que aspiran a repetir en el poder. Como si la izquierda no llevara ocho años gobernando en Baleares. Pablo Pombo recordaba en Elconfidencial.com una cita magnífica de Marco Aurelio: «Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho; todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad».

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