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Sequía

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No es cosa de ahora ni sólo de aquí, porque sequías pertinaces hubo siempre, y cuando yo era niño al Generalísimo Franco le llamaban Paquito el Rana por la cantidad de embalses que inauguraba. El ingeniero Juan Benet, famoso escritor, se pasó la vida haciendo pantanos, y entre pantano y pantano escribía novelas monstruosas, muy áridas y resecas (la bíblica Saúl ante Samuel), porque sequía y literatura tienen una larga relación que ha generado polvorientas bibliotecas, con millares de títulos. Me conformaré citando, precisamente, La sequía, del autor de ciencia ficción J. G. Ballard. No es ninguna novedad la falta de agua, y menos en la árida España, pero ahora y con la ayuda del cambio climático llevamos meses contemplando en cada telediario tierras calcinadas color ceniza, embalses convertidos en charcas y campos agrietados que parecen lienzos abstractos. Suceda lo que suceda, la noticia es la sequía, sólo se habla de sequía. Bíblico, desde luego. Y aunque se trata de un fenómeno meteorológico, es decir, calamitoso como todos los asuntos del cielo, a veces parece gravitatorio. Porque todo pesa mucho más durante las sequías, hasta la propia masa corporal se vuelve plúmbea y aplastante, como las ballenas varadas en la playa a las que de pronto aniquila su propio peso. Por falta de agua. Quizá no deberían enseñarnos tantas imágenes de aridez y sequía en horario infantil. Se trata de un problema planetario, y yo diría que hasta universal. El agua es un elemento rarísimo, que además exige para existir un margen muy estrecho de temperaturas, y a la menor se evapora. No abunda en el cosmos. Los chinos sondearon hace poco la luna y aseguraron que allí hay 270.000 millones de toneladas de agua, pero incrustadas en las rocas, cualquier la saca de ahí. Eso no es agua ni es nada. Así que hace cuatro días la sonda espacial europea Juice partió hacia Júpiter para buscar agua en sus lunas heladas, sobre todo en Europa y Ganimedes, donde esperan encontrar océanos a 200 kilómetros de profundidad bajo el hielo. Claro que allí la gravitación será colosal, y la sonda tardará ocho años en llegar, por lo que de momento, esta búsqueda desesperada de agua no aliviará nuestra sequía, ni la aridez de los telediarios. Sin agua no somos nada. Sólo faltaba el PP con lo de Doñana.

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