No me pregunten por qué, pero siempre he sentido una fascinación especial por todas aquellas películas rodadas en Norteamérica en las que en alguna secuencia acababa apareciendo antes o después una lavandería de autoservicio. Así ocurría, por ejemplo, en dos de mis películas favoritas, Cosas que nunca te dije y Mi vida sin mí, de la gran Isabel Coixet. Cuando yo era joven, no había ese tipo de lavanderías en Palma, pero desde hace ya varios años es posible encontrarlas en distintos puntos de nuestra querida ciudad, lo que nos iguala con otras pequeñas urbes de Oregón, Ohio o Montana.
De hecho, yo diría que en Palma no entramos del todo en la modernidad hasta que no llegaron aquí los diners, las celebraciones de Halloween y las lavanderías. Mi interés por estos establecimientos ha ido además en aumento, pues mi vieja lavadora parece estar ya en las últimas y me temo que no tengo fondos suficientes para poder comprarme una de recambio, ni siquiera de estraperlo. Así que quizás haya llegado ya por fin el momento de convertirme yo también en cliente de una lavandería. Por fortuna, justo al lado de casa hay una muy completa y económica, que no tiene nada que envidiar a ninguna de las que yo haya visto antes en el cine.
Baste decirles que todas las lavadoras de ese local son nuevas y que el detergente y el suavizante están incluidos en el precio. Lo único que, hoy por hoy, me preocupa quizás un poco es que mis futuros compañeros de colada puedan descubrir algún día –o alguna noche– la tipología y el color de la ropa interior que llevo.