Pues nada, cosas veredes: por lo visto, un juez neoyorquino llamado Gregory A. Locke acaba de ser despedido de su trabajo como tal por tener un segundo empleo en una popular plataforma en la que se vende contenido privado para adultos (se entiende que como modelo para la misma), a pesar de asegurar él que semejante labor no viola ninguna regla ética, y acusa a quienes le han puesto de patitas en la calle de mojigaterías y demás faltas de libertades de expresión. Y mira tú que un poco de razón no le falta, porque si bien está en todo su derecho de ofrecer contenido subido de tono a cambio de dinero en las redes, por supuesto que eso no interfiere para nada en su labor de juzgar y, por supuesto, que tampoco es él el único que lo hace. Y por supuesto además, y por lo que parece, no es el único que lo ve, porque si el negocio en sí mismo no tuviera clientes, seguro que el hombre debería retirarse de su segundo trabajo para dedicarse de lleno al primero. ¿Conclusiones? Pues unas pocas: a) ¿Por qué hay que esconderse (o disimularse) para ofrecer un servicio que no es incompatible con el ejercido? b) ¿Quién consume ese tipo de contenidos, y por qué? c) Si alguien está dispuesto a ofrecer libremente un servicio que es consumido libremente por un buen montón de clientes, ¿quiénes somos nosotros para decidir qué o qué no? A ver si va a resultar ahora que quienes se están dedicando a juzgar aquí no son precisamente los que han cursado la carrera de jueces…
De jueces y despidos
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